El martillo de terciopelo

El martillo de terciopelo

El martillo de terciopelo

Federico Alberto Cuello

Dirigió cuatro campañas presidenciales, ganando en tres usando todas las armas a su alcance.

Gobernó luego como subsecretario de Comercio de Ford, jefe de Gabinete de Reagan y titular de las carteras de Hacienda y Exteriores, elevando el arte de la conciliación a niveles nunca vistos antes ni después.

Nadie en su familia se interesó antes por la política. “Trabajar duro, estudiar y alejarse de la política” y “la preparación previa previene el pobre desempeño” eran las divisas heredadas de su padre.

Nada en su formación académica o experiencia previa a su llegada a Washington permitía prever el éxito que tendría.

Reformó la tributación pese a la mayoría demócrata. Tuteló la reunificación alemana frente a la firme oposición de Margaret Thatcher y Francois Miterrand, así como las dudas de Mijaíl Gorbachev.

Suspendió, con apoyo demócrata, el financiamiento a los contras nicaragüenses, viendo coronados sus esfuerzos con la contundente victoria electoral de doña Violeta Chamorro.

Concitó el apoyo requerido para contar con autorización del Congreso y del Consejo de Seguridad para tomar “todas las medidas necesarias” contra la ocupación de Kuwait por tropas iraquíes durante la primera guerra del golfo.

Y cumplió su promesa a Gorbachev de organizar una gran conferencia para el diálogo de paz en el Medio Oriente (Madrid, octubre de 1991), con los jefes de gobierno de 39 países árabes y europeos, Israel, la moribunda Unión Soviética y los EE. UU.

No en balde la revista “Time” bautizó a James A. Baker III como el martillo de terciopelo.
La reciente aparición de “The Man Who Ran Washington”, monumental biografía escrita por los esposos Peter Baker y Susan Glasser (del New York Times y la revista New Yorker, respectivamente), arroja lecciones importantes para el mundo en que vivimos.

Breve fue el instante unipolar durante el cual cayó el muro de Berlín, se desmembró la Unión Soviética en 15 repúblicas independientes e Israel aceptó formas limitadas de autogobierno palestino.

En vez de envanecerse por ganar la guerra fría, el trato digno dado a Gorbachev y Shevarnadze aceleró el retiro de tropas en Europa, los tratados de reducción de armas nucleares y la recogida del arsenal nuclear soviético hasta entonces disperso.

Baker demostró gran capacidad para encontrar fórmulas aceptables para las partes, fueran países o partidos políticos. Pese al incuestionable poderío estadounidense, siempre privilegió el multilateralismo sobre el unilateralismo, visitando y volviendo a visitar a cada una de las partes hasta tener confirmados sus apoyos.

Los mejores retratos capturan tanto las luces como las sombras del sujeto. La biografía aquí reseñada evita el trato laudatorio al informar cómo las muchas luces de Baker fueron posibles por el sacrificio de su familia ante sus ausencias, las distancias con sus hijos y el uso de tácticas negativas de campaña contra Carter en 1980 y Dukakis en 1988.

La crispación política que todavía persiste en el mundo permite apreciar mejor a Baker como conciliador bipartidista, diplomático multilateralista y ejemplar estadista, habilidades de otras épocas que nunca perderán su relevancia para la gestión del cambio en país alguno.

 



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