Para entender la economía en su justa dinámica y efectos, generalmente se recurre a los análisis de los periodos de tiempo en la que se producen expansión simultánea en el conjunto de los sectores y otros en que se genera una contracción, lo que se refleja en análogas fluctuaciones en los indicadores macroeconómicos.
Por tal razón, cuando se presentan desequilibrio entre la producción, el consumo y la distribución, entonces, se forjan numerosos fenómenos que perturban a la economía; cualesquiera como el desempleo, la escasez, producción, la devaluación, la inflación, el endeudamiento y su impacto negativo en la actividad económica.
El Producto Interno Bruto (PIB) se ha convertido en el indicador de mayor utilidad para medir con cierta precisión la actividad económica con holgura y agregada, fruto de que el mismo en una economía es el nombre con que se denomina de manera puntual como el valor monetario de todos los bienes y servicios finales de lo que se produce en un país, a precios de mercado, en un período de tiempo determinado. A modo interpretativo hay que precisar que, si al PIB se le corrigen los principales defectos de las cifras oficiales, se obtendría una mejor calidad de la información y puede medirse el bienestar económico neto que es el que revela el grado de satisfacción que se deriva de la riqueza que genera la economía.
Al poder identificar el bienestar económico neto, entonces, se puede analizar el nivel de insatisfacción económica que se deriva de la inestabilidad de los precios o inflación y el nivel de desempleo que predomina en una economía.
En dirección contraria, se puede medir la satisfacción o bienestar que las personas perciben cuando se produce un crecimiento del PIB, que es lo que se denomina índice de malestar compensado, de manera y suerte que para ambos casos se pueden obtener datos ecuánimes e irrefutables que reflejan el grado del malestar o bondad que produce la economía, no la narrativa manipulada con que el simplismo procura crear percepción inducida.
Pero en lo que si se debe tener claro es que cuando el PIB disminuye de manera brusca, la economía tiende a caer al borde de una recesión, lo cual resulta favorable cuando existe una expansión próspera del PIB. Por igual, cuando disminuye la renta personal, los beneficios de las empresas, el gasto de consumo, el gasto de inversión, la producción, las ventas en sentido general, esto se traduce en un deterioro de la actividad económica.
Y es que cuando el PIB disminuye, en la realidad esto se convierte en un incremento en los niveles de desempleo, las empresas deciden producir un número menor de bienes y servicios, provocando tal situación que se despidan trabajadores por lo que esto incide para que el desempleo se acreciente. A partir de ese escenario se construye de manera natural un malestar colectivo injusto y difuso con inequidad salariales, desprotección social, penurias de los bienes básicos, inflación incontrolada y precariedad en las demandas y progreso de la población.
El malestar en la economía se torna cada vez con mayor intensidad y crecimiento, de tal magnitud que se ha ido gestando una ira fruto de la impotencia de la población para solucionar las angustias y necesidades a las que ha tenido que adaptarse y resignarse. Es así como el descontento ha ido en perjuicio de las relaciones económicas entre Estado-sociedad- empresas, lo cual cada vez lacera las expectativas de los ciudadanos derivado de que el incremento de la inequidad y el riesgo que implica la pobreza parece no tener un final.
Las frecuentes narrativas de manipular las cifras del PIB lo único que procuran es solo promover el paraíso inexistente, ocultando la precariedad grosera del empleo, la desigualdad salarial y la inequidad en la distribución de la riqueza. Pero resulta que estas últimas no aparecen en la medición del PIB, el cual tampoco confiere una protección social eficaz a la población, dando paso al malestar tormentoso que destruye la certidumbre, el progreso social y la actividad económica de manera global.
Son varios los gobiernos que en vez de procurar respuesta sostenible para contrarrestar el malestar económico, deciden acciones sin fundamentación económica para promover la inversión pública, salud y educación, pero tampoco son capaces de ejecutar una política tributaria de equidad. En cambio, se distraen comparando el PIB de países distintos de una manera absurda ya que para hacer las mismas no parten de una conversión de una monedad común, ni utilizan precios comunes para comparar la inflación, situación que profundiza el malestar en la economía, así de simple.