“No está dentro de mis planes ejercer el derecho al voto en las elecciones del año 2020”, fue la respuesta, casi cortante de mi hija Hilary, de 16 años de edad, cuando le comenté acerca de lo orgullosa que, suponía, debía estar porque en febrero de ese año acudiría por ante su colegio electoral para depositar el primer voto.
Confieso que no esperaba esa actitud. Al igual que como lo hice en la década de los 80, sus dos hermanos mayores, Jorge Luis y Angel Luis; esperaron con alegría el momento de estrenarse ejerciendo el sufragio, al concluir la primera década del siglo XXI.
Me preocupé porque comprendí que estaba muy alegado de mi hija, en término de pensamiento, acerca de cómo auscultaba, en el ámbito político, la sociedad dominicana. Luego me daría cuenta que en esa dirección va una gran cantidad de los adolescentes que en los siguientes tres años se convertirán en ciudadanos y ciudadanas, arribando a los 18 años de edad.
Varias preguntas llegaron a mi mente, incluyendo la antipolítica, sin las respuestas adecuadas. Pero las obtuve con ella misma mientras dialogábamos, de igual a igual, sin que mediase el referente familiar. Argumentó, entre otras razones para justificar su desinterés por la política, el que los partidos no ofrecen oportunidades a los jóvenes a fin de que desarrollen plenamente sus capacidades y el descrédito de las propias agrupaciones y de los dirigentes.
Refirió, asimismo, a la gran cantidad de agrupaciones que suscriben alianzas electorales con el único propósito de garantizar, en caso de ganar la coalición, una posición encumbrada en la administración pública, la corrupción pública y privada, así como la existencia de medios de comunicación que responden, estrictamente, a intereses corporativos.
A partir de entonces comprendí que ese desinterés guarda relación con la falta de voluntad para la renovación de los partidos políticos y a las barreras que impiden el acceso de la juventud a las estructuras dirigenciales y de conducirnos solo las mismas, sino ocupar cargos de relevancia en diferentes instancias de poder del Estado.
Hay que tomar en cuenta que en términos de percepción, la mayoría de partidos es observada en un marco de descrédito y de desconexión con intereses de la sociedad dominicana en general. En parte, se alega, que esa situación se presenta debido a que las élites que los dirigen tienen como objetivo fundamental su supervivencia, desconociendo que fueron concebidos como estructuras vertebradoras y de conexión entre la sociedad y el Estado en la materialización del principio democrático de contribuir a la satisfacción de las aspiraciones y expectativas sociales.
En relación a lo anterior, Paolo Flores D´Arcais, en “La democracia tomada en serio”; considera que su principal preocupación (de las élites políticas) no parece ser la captación, articulación y satisfacción de las demandas ciudadanas, sino la expansión burocrática y la reproducción organizacional que garanticen su supervivencia. En tanto que el académico español Manuel Alcántara Sáez cita entre los retos que los partidos latinoamericanos tienen ante su futuro inmediato, la transparencia del financiamiento de la política, la de mejorar la democracia interna y su profesionalización.
En caso de los partidos dominicanos puedan consensuar normas modernas y cambiar la cultura autoritaria para dar paso a una auténticamente democrática, entonces podríamos ver a jóvenes más interesados e involucrados en la actividad política.
El desinterés, en consecuencia, no está en los jóvenes, sino en los partidos y sus dirigentes que procuran eternizarse en las estructuras del poder político en la República Dominicana.