Mucho han escrito los profesionales del comportamiento humano sobre las causas que llevan a un hombre a convertirse en un agresor de su compañera de vida. Explican algunos que desde muy temprana edad los padres les inculcan a sus hijos el rol que estos últimos deben de asumir en la sociedad, que pronto vivirán como adultos, usando los progenitores prácticas tan inocentes que van desde regalarle una imitación de un arma de fuego al “machito” y un juego de cocina a la “hembrita” hasta preguntar cuántas “noviecitas” tiene el niñito en la escuela, a modo de celebración.
Esa manera de criar a un niño lo va convirtiendo en un ser humano machista y con un sentido de pertenencia erróneo hacia la mujer, a eso súmele el papel que juega el medio que le rodea, como por ejemplo, un padre mujeriego que regularmente maltrata a la madre, una madre sumisa, así como también las letras machistas de la música que escuchan, entre otros factores.
Hace treinta años, a mi entender, la diferencia del contenido lírico de las canciones de esa época respecto a nuestros días, es el hecho de que por lo menos se resguardaba un poco el pudor de una mujer, pero hoy las canciones que escuchan nuestros niños, niñas y adolescentes si no traen consigo el gemido de una mujer, dicha pieza poética no tendría razón de ser, además de esto, los autores de esos poemas cavernarios, tienen el objetivo de disminuir a la mujer a su mínima expresión, pues entienden, que con alardear de un buen vehículo, varias pistolas y ropa de moda pueden conquistar el corazón de la chica.
A pesar de ese constante bombardeo machista, la mujer dominicana poco a poco va adueñándose de las aulas de las universidades, de altos cargos públicos y privados resistiéndose a quedarse en la sociedad del pasado que incluso negó el derecho al voto de la mujer. Veo con mucho orgullo como la mujer va adueñándose de la nación asumiendo roles y responsabilidades.
La palabra de Dios es clara cuando dice: “el que ama a su mujer, a si mismo se ama.” Un hombre que no es capaz de respetar, comprender y cuidar a la compañera de vida, tampoco se quiere a sí mismo. Es por eso que yo abogo porque desde el mismo seno de la familia se lleve el verdadero temor a Dios y que sepamos como guiar a los niños para que crezcan con ideas y propósitos dignos de hombres y mujeres de bien, ideas de progreso e igualdad.
Por otro lado, tampoco es justo que una mujer crea que el hombre debe darle todo, que el hombre es su proveedor absoluto, y peor aún que aguante todo tipo de violencia y no lo denuncie por temor a que le sea quitado el confort. La mujer debe valorarse, educarse, tratar de seguir adelante y entender que un hombre que la maltrata no la ama.
La sociedad actual en lugar de tratar de disminuir a la mujer debe de constituirse en un ente de valores positivos de equidad y amor, para no tener que seguir preguntándonos por qué el «machito» de la familia acabó segándole la vida a la compañera que Dios le puso al lado.