Para 1894 ya existían sobradas motivaciones para reconocer la ingente labor del dominicano más ilustre que fue Juan Pablo Duarte y Diez.
Si se toma esta referencia es en base al histórico discurso del historiador Emiliano Tejera, cuyas apologéticas palabras las elevó al Congreso Nacional solicitando permiso para la erección de una estatua del ilustre patricio, en ocasión de la celebración del día 27 de febrero, eufóricamente bautizado como Día de Independencia Nacional.
Esa es la historia de los monumentos de Duarte, que tan poco se aprecian en nuestras ciudades, pero que tan bien eternizan su vida.
Juan Pablo Duarte es el padre de cada hogar dominicano. Primer rasgo de su liderazgo, que marcó con sangre y angustia hasta el último día de su vida.
Y no sólo los 22 años de dolorosa servidumbre, de amargura, para todos los hogares; y él comprendió cuál era su labor, con inteligencia, sacrificio, denuedo.
A él también le aterró aquella lucha, las opresiones de la ocupación que mancharon de ignominia la vida social y política del pueblo dominicano.
Duarte fue el apóstol de la nacionalidad dominicana, desde el mismo primer día, del 16 de julio de 1938, cuando nació La Trinitaria, el primer partido político originado a favor del patriotismo nacional.
El liderazgo de Duarte es, pues, de raigambre política, ya que no fue en las batallas donde marcó su impronta, sino en las ideas.
Hay que ver la magnitud con que él ejerció ese liderazgo, los escollados horrores en el camino, que los historiadores han contado en distintos períodos; las disidencias con los líderes de entonces, los principios ideológicos de su ser libertario.
Claro, que luego de lograda la Patria, vino la traición, el destierro, y el olvido.
Duarte esperó en Caracas que la patria tuviera de nuevo un gobierno nacional, pero allí murió el fundador de la nacionalidad dominicana, que había dado ejemplo de sacrificio, que fue despojado de toda riqueza material.
Fue un líder mártir; un expulso de su propio país, gracia a la perversidad de muchos políticos nacionales.
Después de todos estos años, a un bicentenario de su nacimiento, nada tienen de común los actuales líderes políticos con la figura de Duarte, excepto que creyendo ser un ´apóstol del derecho´, usan las funciones públicas, las instituciones jurídicas y políticas de la nación para ejercer dominios personales, en su propio provecho, olvidando la esencia de una estirpe que se llamó Independencia Nacional, o Juan Pablo Duarte, que es el nombre de esa gesta histórica, encarnada de sacrificio, amor, justicia y redención.
Finalmente cito el profesionalismo de Juan Pablo Duarte.
La salud de sus ideas, su comportamiento valiente, y la sinceridad de aceptar los límites de su causa, las amenazas de su proyecto político.
Esa verdad hoy la estamos expresando frente al problema de la inmigración haitiana, la que en ningún modo puede convertirnos en reos de lesa nación, en enemigos de nosotros mismos.
Pero como los que están al frente de esa impostergable situación son los políticos, se corre un inconmensurable peligro sobre nosotros. ¿Qué porvenir positivo ha de deparar la divina Providencia para esta pobre nación, si lejos de emular al patricio, erigimos otras armas para acabar con la nacionalidad?
Duarte líder; hoy, anti-líderes.