El libro físico versus el libro digital

El libro físico versus el libro digital

El libro físico  versus el libro digital

La realidad del libro hoy implica un desafío sin precedentes a la tecnología. El reino de la Era de Gutenberg -que nació hacia 1440-, se aboca, no a su apocalipss, sino a su transformación; esta crisis, sin embargo, amenaza su vigencia y fortaleza. El libro, ese depositario del saber y de la memoria cultural, vehículo transmisor por excelencia del conocimiento y agente social de intercambio de información, para muchos, tiene sus días contados; en cambio, para otros -donde me encuentro-, su permanencia tendrá larga vida, y coexistirá, al menos en el futuro inmediato, con los dispositivos tecnológicos modernos, mientras vivan las personas mayores de cuarenta años, que nacieron con otros hábitos y cultura de leer.

Al menos para países subdesarrollados, el futuro del libro de papel tendrá una vigencia más prolongada, en razón de que el acceso al libro digital es desigual, como lo son los países en vía de desarrollo, porque pocos aún tienen computadoras. En ese sentido, el libro tradicional tiene ventajas; en cambio, para los usuarios de los países desarrollados, el libro electrónico tiene (o tendrá) más poder y, desde luego, más alcance. El destino del libro es el mismo que el de la música o el cine. Los dispositivos son diferentes, aunque la plataforma que emplee el libro virtual seguirá llamándose libro. Un libro es, por su origen y naturaleza, físico, material. El libro virtual es, justamente, inexistente, porque es artificial. García Márquez dijo que “si uno rompe la pantalla del computador, las palabras no están ahí”.

La aparición del libro virtual solo ha sido posible en un mundo global, donde la tecnología de la comunicación se ha convertido en un dios salvaje, y en una “religión”, que ha reemplazado el espacio y el tiempo de los rituales religiosos. La realidad del libro electrónico es, pues, una expresión concreta de sociedades abiertas. De ahí que en Cuba, por ejemplo, la inminente desaparición del libro de papel no se vislumbra aún, ni tampoco su crisis. El auge del libro virtual también es una moda, que ha contagiado a jóvenes y adolescentes, y aún a personas de la tercera edad que, para ponerse a tono con sus hijos y nietos, y con la actualidad, se dejan seducir por la fantasía tecnológica de los diferentes aparatos de lectura (celulares, tabletas). Mientras los padres les enseñan a sus hijos ciencias, los hijos les enseñan a sus padres tecnología, recuerdo haber leído.

Los no lectores, los que nunca han tenido hábitos de lectura de leer un libro a la semana, están de fiesta, pues pueden “bajar” de la red libros on line, y gratis, sin tener que visitar las bibliotecas o comprarlos en las librerías o por Amazon. Al parecer, el escaso hábito lector de muchas personas reside en el precio de los libros, pues basta ver la avalancha de compradores cuando hay especiales de libros en liquidación. Salta a la vista que los libros siempre han estado dirigidos a una elite, que tiene acceso o, cuando no, a lectores no autores.

Se vislumbra en el mundo la desaparición de una civilización de lectores que se extingue, en virtud de una miríada de inventos tecnológicos que se suceden y cambian, aparecen y se transforman, vertiginosamente, en una sociedad del desecho, como la que vivimos. La televisión, que es un invento de mediados del siglo XX, ya es obsoleta; también el teléfono doméstico y, más aún, la laptop, que apenas tiene un poco más de una década, ya es caduca. Hoy día la televisión ha sido tragada por las computadoras, y el teléfono doméstico por los celulares. Vivimos, en efecto, en una permanente obsolescencia de los objetos y los aparatos tecnológicos, en una guerra demencial, que nos conduce al consumo excesivo y a la manipulación psicológica.

Así pues, asistimos a la puesta en crisis de una era caracterizada por la lentitud a otra, normada por la premura, el vértigo de la vida cotidiana, la inversión de valores establecidos como cánones, y el cambio de lo sólido y permanente por lo líquido y ligero o ‘light’.

Por: Basilio Belliard



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