Los juegos de campo de los niños pueden ser vistos como la manera en que estos se preparan, en un ambiente divertido, para los papeles que de adultos les asignará la sociedad en la que viven.
Y no es que el niño que juega beisbol o baloncesto en la calle con otros siete compañeros vaya a ser de adulto un profesional de estos deportes, es que está aprendiendo a coordinar sus habilidades con las de otros de edades parecidas que tienen, a su vez, un cerebro que funciona a tono con el nivel de madurez del grupo que se organizó para pasar el rato de ocio con reglas mínimas.
Hay que ser niño. Y si una niña quiere entrar en un juego de esos que demandan habilidades físicas surgen las objeciones.
En esos casos debe juntarse con otras hembras, ¿por qué? Porque no responden igual a las exigencias de la competencia y a nadie le gusta desenvolver su parte de la responsabilidad asignada con la mediación de consideraciones a las que se sienten empujados de manera natural.
Si hay una hembra que es capaz de someterse al ritmo y los rigores del juego de los varones recibe un calificativo indeseado: marimacho.
Entre todos tienen que buscar, o aceptar, un espacio con ciertas condiciones. Hay que contar con un instrumental específico y en lo personal tener habilidades demostradas —o por demostrar— y conocimiento de las reglas. Con lo señalado hasta aquí es bastante para encontrar lugar en un grupo que se ha reunido para jugar a la pelota o al baloncesto en la calle, un patio o solar o en el área verde.
Hay otros requisitos, cruciales para el éxito del equipo, sin los que se puede hallar un lugar en el partido, pero que debieran ser indispensables como las enumeradas en primer lugar.
La velocidad al correr es una de ellas, la rapidez de las reacciones ante situaciones inesperadas (reflejos) es otra, la disposición para jugar en una posición asignada, capacidad para discutir y referir sus argumentos a las reglas, habilidad para hacer trampas y alegar como si fueran actos en regla, control de sí mismo como para mantenerse al calor de las discusiones sin irse a las manos o a los batazos y el ánimo para seguir jugando sin lesionar a nadie después de un altercado al que se le ha puesto fin.
Cuando se alcanza la edad adulta los juegos de campo suelen ser abandonados, pero los que ayer fueron jugadores de patios, calles y áreas comunes pasan a ser fanáticos. A este nivel encuentran lugar común hembras y varones. Y en la sociedad de nuestros días también es cada vez más aceptada la integración de la mujer en papeles que antes eran fundamentalmente de varones.
Lo mismo en los juegos electrónicos de hoy, extendidos en ciertos niveles sociales, de menos exigencias físicas y más reflejos mentales y destrezas digitales.
Las hembras participan, pero con menos frecuencia.
En la edad adulta es juego tiene otra función: la de botar el golpe o darle a la vena lúdica un hueco para la expresión. En la infancia y la adolescencia, en cambio, es crucial como entrenamiento para la vida en sociedad.