Hace poco más de un lustro, Irene Vallejo nos obsequió “El Infinito en un junco”, un relato apasionado y apasionante de la historia del libro.
Nos mostró cómo un objeto materialmente modesto brindó a la humanidad la capacidad de transmitir conocimiento y emociones y le permitió asomarse al infinito.
Pienso mucho en esto último desde que me convertí en padre por segunda vez. Una de mis principales preocupaciones cuando empezaron los meses de anticipación, era saber cómo podría encontrar espacio un nuevo amor en un corazón que ya estaba lleno.
Una amiga muy querida me toleró la pregunta y, con algo de resignación ante mi ingenuidad, me respondió que no debía preocuparme porque el corazón me crecería.
Esas palabras, dichas con la calma certeza de la experiencia, me tranquilizaron algo, pero no terminaron de despejar mis dudas.
No era el temor a lo desconocido que me atenazaba, porque ese tipo de amor ya me era familiar. Me asustaba más bien la posibilidad de no estar a la altura de la oportunidad que mi nueva hija me brindaba.
Me faltaba comprender emocionalmente lo que me habían anunciado: que la capacidad de querer a mi hija no dependería sólo de mí, sino que ella, en su fragilidad, traería consigo la fuerza necesaria para expandir mi universo.
Lo fui entendiendo con sus primeros lloros, que ensanchaban mi corazón a la vez que sus pulmones. Aún más con la primera vez que la sostuve, y su primera sonrisa.
Cada momento lo hace más claro. Aunque mi hija no entiende las cosas que hace, su presencia es una fuente creciente de amor para los padres y la hermana en cuyas vidas irrumpe. No entiende, pero nos hace entender.
La claridad absoluta me llegó cuando presencié el que creo que es el primer gesto de complicidad entre las que, intuyo, serán dos grandes amigas.
Su hermana mayor la miraba acostada y decidió acariciarle los pies y empezó a cantarle, diciéndole en versos que en algún momento lo harían juntas.
En ese momento sentí con toda seguridad lo que me habían anunciado. Y supe que, con los mismos piecitos que un día la alejarán para vivir su vida propia, nos regalaba la llave para multiplicar un amor que ya era infinito.