Santo Domingo.-El actual director del Centro de Operaciones de Emergencias, general Juan Manuel Méndez, ha estado dos veces al borde de la muerte.
La primera vez, siendo un adolescente de 14 años, fue librado gracias a tener puesto el casco protector mientras transitaba en una motocicleta.
La segunda ocasión, también derivado de la primera, fue fruto de una hepatitis “C” contraída durante las transfusiones de sangre recibidas en los tratamientos por el accidente inicial en 1980.
Tilda de misterioso aquel suceso.
Narra que ese día no pensaba salir de su casa, pero había una jovencita de la cual estaba enamorado y quería ir a llevarle un perfume en forma de corazón que le había regalado su cuñado para tales fines.
Para no ir solo a la casa de aquella enamorada decidió primero ir a buscar a un amigo, al cual no encontró. Así que regresó a su casa y se encontró con otros dos amigos, quienes le invitaron a dar una vuelta.
Aceptada esa propuesta, él se montó en una pasola y sus otros dos amigos utilizaron la otra.
“La cuestión es que mientras voy conduciendo y conversando con mi amigo, de repente, me dice Italo Ferrano (uno de los amigos): “¡Cibao, párate ahí, ponte el casco que te puedes matar!”, cuenta.
Manifiesta que automáticamente tomó el casco de la parrillita y se lo puso.
A unos 50 metros de una esquina, prosigue Méndez, le dijo a su amigo: “Italo, mira como yo doblo esta esquina, y ahí el carro me batea, caigo de cabeza y el casco se parte en dos.
De ahí empecé mi trajinar de un mes y cuatro días internos en dos hospitales. A mí me salvó la vida el casco”.
A raíz de ese accidente prácticamente se desangró y tuvo que ser transfundido porque perdió mucha sangre, lo operaron del fémur izquierdo y le pusieron una varilla.
Las circunstancias
Al preguntarle qué le llevó a ingresar a las filas de los cuerpos castrenses dice que fueron la circunstancias, pues proviene de una familia de escasos recursos. Quería entrar a la universidad pues su padre David Méndez (fallecido) era abogado y su madre Altagracia García es modista, con quien se crió, no contaban con una fuente de ingresos para ayudarlo.
Para 1986 estudiar en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) era un poco difícil por los distintos conflictos que se presentaban y que provocaban que se perdiera mucho tiempo.
Los 35 pesos
“Le dije a mi papá que necesitaba que me ayudara a pagar la Universidad O&M, que eran RD$35, que era la más asequible de las privadas. Mi papa era un hombre bastante mayor y lo que ganaba era prácticamente para su medicina”, dice.
Producto del accidente que le había ocurrido dos años antes, el Seguro del vehículo le entregó a la familia RD$2,000, pues era menor de edad. De ese dinero solo quedaron RD$600, así que habló con Juan Ramón García, su tío adorado, y le planteó la situación por la que estaba atravesando.
“Yo quiero muchísimo a mi tío y le agradezco, pues para esa época él vendía embutidos. Así que el invirtió ese dinero y de ahí me daba RD$50 pesos mensualmente para que pagara la universidad y el resto lo utilizaba para el pasaje”, indica.
En ese mismo año tenía amores y el papá de mi novia de ese entonces llegó a general y era comandante de la segunda brigada del Ejército Nacional, así que le dije a ella (de quien no dijo su nombre) que hablara con su padre para que me ayudara a engancharme como estudiante, ya que como atleta no podía ser por el problema de su pierna.
“Eso era para yo ayudarme con la universidad.
Eran casi RD$200 pesos que me permitían pagar la universidad y comprar los libros.
El segundo trajinar
Sostiene que su llegada al COE también fue de manera circunstancial, pues venía de ser relacionista público del entonces Ejército Nacional, ahora Ejército de República Dominicana.
En 2004 cuando hubo cambio de Gobierno y se quedó sin funciones.
Ante este hecho el general Luis Antonio Luna Paulino, con quien tenía una amistad, le invitó a que lo acompañara en la Defensa Civil, como su asistente militar, lo cual aceptó.
Previo a su entrada a ese organismo de socorro, ya había empezado a enfrentar problemas de salud y no sabía cuál era la causa.
Al persistir los malestares conversó con su amigo Pablo Mateo, quien lo refirió a donde una gastroenteróloga, que durante el primer chequeo le encontró la marca que le dejó aquel accidente de tránsito, así que lo mandó a realizarse una serie de pruebas virales, entre ellas la de la hepatitis, las cuales dieron positivo.
“ Por lo regular 20 años después de una persona haber sido transfundida, corre el riesgo de que se le detecte la hepatitis C.
Cuando me dieron los resultado salí positivo y ahí empezó mi segundo trajinar, pues tenía que buscar US$525 dólares todos los lunes para poder inyectarme. Imagínense con un sueldo de guardia”, expresa el hoy general.
Su condición de salud lo llevó a tocar puertas, y “el general Luis A. Luna Paulino me ayudó bastante. También lo ayudó el entonces almirante Sigfrido Pared Pérez, que para ese entonces era el secretario de las Fuerzas Armadas.
“El tratamiento salió por un millón y pico de pesos”.
Al ver lo grave de su situación de salud le solicitó al general Luna que le recomendara como subdirector de la Defensa Civil, para que en caso de que él no le ganara la batalla a la enfermedad sus hijos, que estaban muy pequeños, no se quedaran desprotegidos.
“Un amigo en el Palacio Nacional me recomendó para la posición y así llegue al COE, de manera accidental.
Fue prácticamente buscando una ayuda para poder sobrevivir o para que mis hijos no quedaran desamparados”, narra.
Cuando asumió su rol como director de esa entidad pocos sabían de su condición, pues había empezado el tratamiento para combatir la hepatitis C.
Hoy día está libre de la enfermedad y da gracias a todos los que hicieron posible su recuperación.
En especial a su equipo integrado por Edwin Olivares, José Luis Germán, Carlos Paulino y otros, por el apoyo para recuperar su salud.