Los apóstoles ambientales de San Juan –situados en el muro de Jeremías llorando por una preservación del ecosistema que nunca les importó- deberían cerrar filas por la reconversión agrícola del valle, el gran desafío, antes que desaparezca la agricultura.
Es justamente lo que está pasando en el querido terruño sureño. Si la producción agrícola es el oro, estamos ante una mina pobre y menguante que pinta muy mal para el presente y el futuro económico de mis compueblanos.
Actualmente San Juan abastece apenas 25 % de los frijoles que se consumen en el país; cerca del 5 % se genera en otros lugares del territorio y alrededor del 70 % es suplido por las importaciones.
La brecha entre producción local e importaciones es cada vez más amplia. Se trata de un fenómeno muy vinculado al Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (DR-CAFTA) y a ciertas distorsiones de políticas públicas desde el punto de vista agrícola: ministros de Agricultura que en lugar de orientar a los productores e impulsar la reforma del aparato productivo agropecuario se dedicaron al jugoso mercado de venta de permisos de importación.
Un quintal de frijoles traído de Estados Unidos tiene un costo –colocado en el mercado local- de aproximadamente RD$2,000. Producir ese mismo volumen en San Juan cuesta RD$3,000. En otras palabras, insistir en ser “granero” es poco más que una locura y reivindicarlo raya casi en la esquizofrenia.
¿De qué oro agrícola me están hablando si no es tal? Otro gallo le cantará al Valle si la voluntad política del Gobierno y el enfoque de los ineficientes y desorientados productores se centrara en la reconversión, un proyecto que tiene diseño y cálculo financiero de organismos multilaterales de crédito como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
El populismo y las ganas de exhibirse lleva a grupos sanjuaneros a dirigir sus energías contra un proyecto minero en ciernes, que puede ser cuestionado, pero con bases científicas, no partiendo de emociones ni de la búsqueda de espacios políticos de gente que en su vida ha podido sacar una gata a mear.
Llamo a la reflexión y al debate racional y frío auscultando prácticas referenciales.
En Chile hay minas –como El Teniente y Los Bronces- que están próximas a fuentes de agua que irrigan frutales, hortalizas y vides.
También hay en el entorno ganadería y turismo. Es cuestión de regular, supervisar y aplicar el sistema de consecuencias. ¿Por qué renunciar a la riqueza?