El Gobierno de los mejores

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El Gobierno de los mejores

El pasado fin de semana, tres conocidos miembros de la farándula inscribieron sus precandidaturas a diputado por el partido de gobierno.

En las redes sociales los cuestionamientos, algunos válidos, fueron inmediatos. Una reacción normal si se admite que en democracia nada gusta a todo el mundo y que las críticas son siempre admisibles. Quien no esté de acuerdo con esto debe eximirse de participar.

Pero parte importante de estas críticas tuvieron un tinte clasista. Se habló de “diputados dembow”, de supuesta falta de capacidad para ocupar los cargos, de que el Congreso no es lugar para gente como ellos.

Esta forma de ver la democracia está viciada en su raíz por una contradicción interna insuperable: no es posible creer que el pueblo debe gobernarse a sí mismo y, a la vez, que solo una minoría puede formar parte de los órganos de representación.

O una cosa o la otra, pero ambas no pueden ser ciertas al mismo tiempo.

El detalle no es que haya quienes, disintiendo de esas precandidaturas decidan enfrentarlas en el terreno de juego democrático. Es normal y saludable.

Lo verdaderamente importante es que la pretensión de las críticas aludidas es deslegitimar la participación política de esos tres precandidatos y, por vía de consecuencia, de todos aquellos que compartan las características que sus críticos encuentran censurables; quieren una democracia que se parezca a ellos y no a la sociedad.

La incompatibilidad de este tipo de expectativas con cualquier concepto de la democracia que valore la igualdad de las personas es notoria.

Si algo nos enseñó la historia del siglo XX es que las visiones de la sociedad concentradas en el conocimiento técnico están condenadas al fracaso.

A largo plazo, las marañas de la democracia son más eficientes, porque, de su caos surge siempre (o casi siempre) la solución a los problemas que a los sabios no se les ocurre.

Esto no implica que los criticados merezcan automáticamente las diputaciones a las que aspiran. Participar en el torneo político es su derecho, ser congresista debe ser ganado.

Mas el principio es claro: la democracia, que ha demostrado ser el más exitoso de los sistemas políticos, necesita de algo más que técnicos.

Un cuerpo deliberativo como el Congreso requiere de personas que traigan a la luz las preocupaciones de los ciudadanos comunes por dos razones básicas: porque es imprescindible para su labor y porque, por mucho que se lea, eso no se aprende en libros.



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