Un querido amigo comentó que Duarte admiraba a los haitianos y que “el odio xenófobo no es duartiano, pues su idea era que la República Dominicana debía ser independiente con o sin Haití”.
Muchísima gente inexplicablemente prefiere olvidar que por más “amor” que Duarte tuviera por los haitianos, armó una revolución para sacarlos de aquí a tiros.
No fue rogándoles ni con poesía, sino con batallas (o escaramuzas, pero con pólvora, palos y piedras, sangre y fuego), desde la de Fuente de Rodeo el 13 de marzo en el noroeste que desembocó en la del 30 de marzo, y por el sur la de Azua del 19 de marzo, ambas en 1844, hasta la de Cambronal en Neiba a fines de 1855 y las de Sabana Larga y Jácuba, doce largos años después del 27 de febrero. Alentar odios o xenofobia es insano, divorciado del ideal duartiano, pero más aun la oikofobia (odio al propio país) o la haitianofilia irracional.
La ignorancia siempre ha sido la gran aliada del odioso Haití.