El gagá es una manifestación cultural 100 % ajena a nuestro país. Es bueno saberlo porque existen planes inconfesables que pretenden proyectarlo como si fuese dominicano.
Hay quienes, por mero desconocimiento, han sido confundidos en esto, pero hay también unos que otros malos dominicanos que han querido confundirse adrede, por puras conveniencias.
No obstante, el propio exembajador haitiano Edwin Paraison escribió hace dos años en el periódico EL DÍA que si bien “…hay varias versiones sobre la procedencia del rará haitiano (léase ‘gagá’), no existe sin embargo ninguna duda respecto a la llegada a la República Dominicana de esa tradición popular a través de la migración haitiana relacionada en principio al corte de caña”.
Lo anterior economiza discusiones y desmiente la interesada información que aparece en algunos ‘links’ de la red en los que se inocula sutilmente la idea de que el gagá forma parte del folklore dominicano.
Los dominicanos de mi generación, por lo menos, tal vez habíamos oído hablar de un baile haitiano llamado “gagá”, pero en verdad no lo conocimos sino a finales de la década de 1970, cuando un famoso cambio de gobierno lo propició irresponsablemente al desentenderse del mismo, mirando hacia las gradas, acaso por gratitud al líder del partido al cual pertenecía el nuevo gobierno.
Yo soy oriundo del este del país, conozco la vida rural así como muchísimos bateyes cañeros de mi región, pero nunca había visto los festivales “gagá” que proliferaron desde 1978 y que se hicieron patentes hasta 1986 cuando aquel permisivo partido perdió el poder, y la diplomacia balaguerista, de nuevo al mando, hizo que los haitianos bajaran sus ímpetus.
Mientras tanto, del 78 al 86 los manifestantes haitianos del gagá se habían entusiasmado al grado de creer y hacer creer que se trataba de una victoria de sus valores sobre los nuestros.
Sus festivales, que eran verdaderos bacanales, desplazaban su jolgorio y su desenfreno airosamente por carreteras, caminos, calles, callejones, montañas y llanos, y sus actores terminaban generalmente embriagados ofendiendo a la bandera dominicana ya sea pisoteándola o quemándola o limpiándose con ella tras un eventual coito o tras defecar públicamente en cualquier sitio, o ripiándola para guindar sus trozos en árboles y verjas a fin de celebrar una supuesta derrota de la RD.
Luego vino la estrategia formal para “fusionar” en uno solo los dos países de la isla, confabulación que fuera ideada, atrevidamente, por Clinton y luego secundada por Bush y por Obama.
Fue la época en que un tal Victorino o Pastorino ofendió la investidura presidencial de Balaguer, y este, en respuesta tajante, se alió a Bosch e impidió el triunfo electoral al PRD en 1996.
Pero, después de ganar esos comicios, surge entonces, cual consejo del demonio, el ENTREGUISMO del PLD, traición imperdonable al pensamiento de JPD y de los dos JB.
Y es así como el haitianismo ha vuelto graciosamente por sus fueros, y ahí anda de nuevo con su inmundo gagá, cual punta del iceberg, dislocando la vida y la cultura dominicanas e invadiendo incansable el territorio y las instancias nacionales.
Ojalá RD merezca la protección del Todopoderoso y logre sofrenar al gagá, tradición erótica que ofende nuestra decencia y nuestras virtudes.
Y ojalá que el gobierno dominicano entienda que fue creado para gobernar no solamente para ocupar poltronas y vestir trajes de seda sino para educar y defender al país, siempre con arreglo a los valores de la doctrina cristiana.