El futuro del lector y del autor

El futuro del lector y del autor

El futuro del lector y del autor

El advenimiento del libro electrónico transformará las prácticas sociales, los hábitos, las costumbres y el ethos de las personas vinculadas a las experiencias de lectura, y este fenómeno contribuirá a la democratización de la cultura escrita, pero sin dudas que también tendrá su impacto catastrófico -como lo está teniendo- en la propiedad intelectual, la privacidad de la información y el derecho de autor.

Las tendencias actuales apuntan al triunfo del e-book y las tabletas digitales sobre el libro de papel. Pero esta perspectiva podría variar en la misma medida en que la tecnología se transforma constantemente, o sea, que el propio libro digital también se vuelva obsoleto en el futuro inmediato.

El tránsito de la lectura sobre papel a la lectura virtual representa un cambio radical también en los hábitos de los autores, pero además, tiene su impacto en los hábitos de lectura.

Cuando los autores solo escriban de manera virtual no lo harán de la misma forma, ya que esta manera de escribir también transformará su relación con la escritura como praxis social y material.

La psicología del autor y del lector habrán de cambiar e impactar en el proceso de aprendizaje, pues el papel y la pantalla tienen sus técnicas intrínsecas de estudio y lectura. Algo similar está ocurriendo en los mensajes de textos de los celulares con la sintaxis y la gramática de los diversos códigos de comunicación en la escritura de jergas y apóstrofes, tal y como acontece en el mundo de las redes sociales y los sistemas comunicativos.

Esa libertad que da el mundo virtual también se ha convertido en una trampa laberíntica de comunicación, que nos volverá afásicos y tartamudos, al atropellar nuestra lengua y los principios más simples de la normativa escrita, y aún de la gramática.

La economía expresiva se ha convertido en la ética y la regla de la vida social, hasta el punto de que nadie se atreve a dictar una conferencia de más de una hora de duración por temor al ridículo, o a que lo “abucheen”, por no hacerlo en power point, como si fuera una cátedra universitaria. La brevedad y la premura son las normas en los medios de comunicación: hablar rápido y pensar poco.

Si bien la lectura virtual tiene sus encantos y su poder de seducción, también no menos cierto es que la lectura de libros físicos tiene sus rituales intrínsecos: el olor, las portadas de lujo, el ritual de la colocación en las estanterías, el librero como mueble de lujo, la posibilidad de autografiar el libro y atesorarlo e introducirle una nota, un pétalo de rosa, coleccionar un incunable o una primera edición firmada por un autor célebre.

La lectura sobre papel es una operación intelectual de exégesis textual, a la que se añade un componente emocional, sentimental y nostálgico.

Me resisto a creer que las tabletas, aunque almacenen miles de libros virtuales -es decir, artificiales- reemplacen al libro de papel. Si pierdo un libro, puedo sustituirlo por otro, comprarlo de nuevo, pero si pierdo una tableta, pierdo todos los libros virtuales que poseía. Con el libro físico me puedo ir al bosque más remoto, sin energía eléctrica, mientras que si me voy con una tableta, su carga eléctrica no me duraría más de un día.

Por otro lado, no creo que el placer textual, el goce que encierra la lectura de un libro de papel, pueda despertar en mí el mismo placer táctil y acabar mi hábito maniaco de subrayado, ni concitar la sensualidad espiritual que me provoca un libro físico.

Si muere esa práctica social de lectura, sepultada por las nuevas tecnologías, estaríamos acabando con una costumbre hedonística ancestral, consustancial al espíritu humano, que ha enriquecido la vida ciudadana y refinado el goce estético de la lectura.



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