Las mentiras han calado tanto en el ánimo de los dominicanos que cuando nos dicen la verdad no la creemos.
Si bien las mentiras son parte de la naturaleza humana, creo que ese funesto hábito se ha arraigado tanto en nuestros dirigentes políticos, que fácilmente puede llegarse a la conclusión de que tienen una carpeta inagotable.
“Este año se terminarán los apagones”, “los culpables serán llevados a los tribunales caiga quien caiga”, “se reiniciarán los trabajos de la presa de Montegrande, “cero tolerancia a la delincuencia”, “no voy a reelegirme en el cargo”, “prometemos acabar con especulación”, son algunas de las promesas de los políticos y los funcionarios. Y en eso se quedan, en simples promesas.
Uno a veces piensa que sería mejor que esos políticos o funcionarios se callaran la boca e hicieran mejor su trabajo, aunque en general no hacen ninguna de las dos cosas.
Con esas promesas incumplidas nos tienen bobitos, como aquellos niños cuando duermen y esbozan una sonrisa angelical.
Pero nadie dice nada ni hace nada, mientras funcionarios y políticos siguen con su burla, en la creencia de que nunca les llegará su san Benito, cura italiano del siglo V después de Cristo que predijo su propia muerte.
Esos que practican el funesto hábito de las mentiras parece que han asimilado lo que dijo el ministro de propaganda alemán, JosephGoebbells, de que una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad, aunque creo que ninguno de nuestros políticos ha leído a Goebells.
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche dijo: “La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo.
Engañar a los demás es un defecto relativamente vano”. Pero, como dijo Lincoln, “se puede engañar a todo el pueblo parte del tiempo y a parte del pueblo todo el tiempo; pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo.
“Sin ánimo de jorobarles la paciencia, nuestros “graduados en promesas incumplidas”, pienso que tampoco han leído a Lincoln.