El frente de tu casa no es tuyo

Nunca imaginé que una cápsula tan breve, que apenas decía: “El frente de tu casa no es tuyo”, generaría semejante impacto.
En cuestión de horas, comenzó a circular por miles de grupos, redes sociales y comentarios que iban desde el asombro hasta la indignación.
Superó el medio millón de visualizaciones. Pero más allá de lo anecdótico, lo que realmente me llamó la atención fue el nivel de confusión que existe en torno a un tema tan básico como el espacio público.
La pregunta más recurrente fue: ¿cómo que el frente de mi casa no es mío? Otros afirmaban que lo cuidan, que lo barrieron por años, que sembraron de plantas o incluso que lo compraron. Pero el asunto es más sencillo, y más importante de lo que parece.
En todos los países con un sistema de ordenamiento territorial, hay zonas que forman parte del espacio público, aunque estén justo frente a nuestras puertas. Y sí, esas áreas no son privadas, aunque usted las cuide.
Desde el punto de vista legal, el tramo que va desde el borde de tu propiedad hasta la calle, incluyendo las aceras, contenes y en algunos casos parte del jardín frontal, es espacio público. Así lo establece la Ley 675 sobre urbanización, ornato y construcción, así como otras normativas de tránsito y ordenamiento en nuestro país. Es una franja destinada a garantizar la movilidad de peatones, accesos seguros, áreas verdes comunes o futuras expansiones de infraestructura urbana.
Esto significa que no se puede construir una verja cerrando la acera, ni adueñarse del frente para estacionar vehículos bloqueando el paso de los transeúntes. Tampoco se puede colocar una caseta, un negocio o una ampliación sin violar el espacio público.
Aunque a algunos les parezca injusto, esa zona debe quedar libre porque cumple una función para todos, no sólo para el propietario inmediato.
El gran interés que generó mi cápsula revela algo más profundo: la necesidad urgente de educación ciudadana sobre el uso del suelo, el respeto a lo común y la convivencia urbana. No se trata de señalar culpables, sino de reconocer que muchas veces actuamos sin saber.
Y también que muchas autoridades permiten, por omisión o conveniencia, que estas prácticas se normalicen, hasta que un día el caos se vuelve rutina.
Eso nos debe llamar a la reflexión, porque el desorden no es culpa de uno sólo: es una cadena de tolerancias que termina afectando la calidad de vida de todos.
A esto se suma un problema cultural que hemos arrastrado por generaciones: la confusión entre lo que está frente a mí y lo que me pertenece.
En el fondo, es una expresión de esa vieja idea de que “el que llega primero, manda”. Pero el espacio público no se rige por antigüedad ni por costumbre. Se rige por ley, y está al servicio de toda la comunidad, no de intereses individuales.
Mi propósito con esta y otras cápsulas que vengo publicando no es únicamente informar, sino abrir conversaciones. Porque cuando una sociedad discute con respeto sus normas, entiende mejor sus derechos, pero también sus deberes.
El espacio público es un reflejo de nuestra cultura cívica, de cómo entendemos lo común y de cuánto estamos dispuestos a ceder por el bien colectivo. Es también un medidor de qué tanto valor le damos al orden, a la equidad y a la convivencia.
Gracias a todos los que compartieron la cápsula, que comentaron, que estuvieron de acuerdo o en desacuerdo. Si esta discusión sirvió para que alguien recapacitara antes de colocar un portón sobre la acera, o para que un ayuntamiento reflexionara sobre su rol en ordenar su territorio, entonces valió la pena.
Porque sí: el frente de tu casa no es tuyo, pero tu conciencia ciudadana sí lo es. Y eso, créeme, tiene mucho más valor.
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