Santo Domingo.-En estos días que el verano muestra su máxima intensidad, en muchas zonas del país la gente disfruta del maravilloso e impresionante espectáculo -cual si fuera una fiesta natural de color, y esplendor- de contemplar bosques tupidos teniendo en medio, o en los extremos, una descomunal manta color rojo anaranjado intenso.
También se le encuentra a la orilla de caminos y veredas, mostrando su abarcadora frondosidad, cual si fueran sombrillas gigantes.
Son los flamboyanes florecidos, algo que la naturaleza nos regala en forma desinteresada, y que nos tiene acostumbrados para esta época del año.
Motivos de inspiración
Es un espectáculo natural que atrae a toda clase de público, que despierta la musa en los poetas, y que inspira palabras de elogio a quienes se deleitan con su sola contemplación.
Prácticamente, en la mayor parte del territorio nacional se puede encontrar el flamboyán florecido, uno de los árboles de mayor colorido del mundo, por sus flores color rojo anaranjado y follaje verde brillante.
Los meses de junio, julio y agosto tienen días de soles intensos, y es precisamente en la estación de verano cuando mayor cantidad de personas sale a deleitarse en parques y plazas, por lo que está garantizada la simpatía que concitan estos árboles.
El árbol del flamboyán se encuentra en parques, patios y áreas verdes, a orillas de calles, avenidas y carreteras, y en fincas. Una frecuentada avenida en La Vega, la José Horacio Álvarez, lleva el popular nombre de Avenida de los Flamboyanes, porque de un lado y otro está adornada por esos hermosos árboles, originarios de la isla africana de Madagascar.
Paisaje
En la Capital sólo hay que darse la vuelta por el Parque Mirador Sur, el Jardín Botánico, pero también en áreas verdes, o desplazarse rumbo a la región Este, hacia el Cibao o la región Sur.
En cada uno de esos lugares está presente el flamboyán, ahora con la riqueza incomparable de su techo florido.
En Santiago es algo común contemplar los caminos vecinales con sus flamboyanes florecidos con toda su majestuosidad.
Es como si su manifiesta presencia llegara a entonar un canto de alegría. Y más si se disfruta del espectáculo de ver uno florecido durante las dos o tres horas que anteceden al ocaso.