He escuchado, con satisfacción, al ex presidente Hipólito Mejía Domínguez asegurar que defiende y defenderá con “cuerpo, alma y corazón” la gestión de gobierno, que encabeza Luis Abinader Corona, desde el 16 de agosto del añ0 2020, en torno a quien pocos dudan, que es el potencial candidato presidencial de su Partido Revolucionario Moderno (PRM) en las próximas elecciones (2024-2028).
Satisface esa proclama porque, quienes hemos vivido los momentos políticos-sociales de los últimos años en la República Dominicana, no podemos olvidar que el fantasma de la división y de los choques internos han estado siempre presentes y activos entre las fuerzas partidarias que han alcanzado el poder.
Basta recordar las experiencias del cuatrienio 1978-1982, que es realmente, cuando comenzamos a hablar de libertad política y apertura democrática, sin medias tintas, porque el primer Gobierno del 1963, elegido por mayoría absoluta y voluntaria participación fue depuesto siete meses después mediante un Golpe de Estado, el 25 de septiembre, tragedia que pronto cumplirá 58 años.
Las pugnas internas del entonces gobernante Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que fue la esperanza nacional para dar el salto de la represión y la persecución a los espacios de libertad y a la construcción ciudadana, contribuyeron no solo al inolvidable suicidio del presidente Antonio Guzmán Fernández (4 julio 1982) antes de concluir su mandato, sino, también a la pérdida del poder en años posteriores, tras haberlo retenido para el período 1982-1986.
Y esa fue una etapa tan turbulenta en los aspectos políticos que, aunque ya han pasado los años, todavía genera escozor contarlo. El país perdió una oportunidad de oro para modificar estructuras administrativas obsoletas y conectarse con el momento de la modernidad que desde ya venía asomándose en el mundo y abrirse paso al fortalecimiento institucional.
No fue sino hasta el año 1996 (una década después) cuando comenzaron a tratarse, pero con paños tibios, problemas administrativos que pudieron haber sido resueltos antes. Ya, lo demás es historia.
El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) no fue la excepción en la división interna, desde el Poder, al que entró de la mano y con los músculos del archirrival enemigo político de toda la oposición, el entonces seis veces presidente Constitucional de la República, Joaquín Balaguer. (1966-1970) (1970-1974) (1974-1978) (1986-1990) (1990-1994) (1994-1996).
Hipólito Mejía Domínguez en su gobierno 2000-2004 no tuvo el apoyo de la estructura partidaria, repleta de cabezas de grupos, que facilitaron la profundización de distintas crisis nacionales.
Cuando Mejía, “el guapo de Gurabo”, salió del Poder contaba con una aceptación del 33%, de acuerdo a las votaciones que obtuvo en las urnas en el l 2004, al enfrentarse a Leonel Fernández.
Ese porciento no estaba nada mal, porque, aparte de la crisis financiera, generada por el desplome del sistema bancario, tenía, además, los “umpires (ampallas) en contra”. Por tanto, su gravitación política continuaría, como todavía lo está, vigente.
Pero, finalmente, el PRD volvió a dividirse y de él salió el hoy gobernante Partido Revolucionario Moderno (PRM).
Las luchas intestinas entre partidos y partidarios han restado robustez y mejores resultados al sistema democrático en la República Dominicana, que si bien, es todavía joven en comparación con el de otras naciones similares, no deja de provocar angustias a quienes están conscientes de que “todavía falta mucho por hacer”, para enfrentar sus debilidades.
Porque con los conflictos internos de los partidos no solo se desgastan las fuerzas y la imagen de quienes lo protagonizan, sino, esencial y lamentablemente, quienes aspiran y esperan respuestas y soluciones a problemas sociales de larga data acumulados.
Educación, Seguridad Social, Transporte, Viviendas, Alimentación, Salud, Seguridad Ciudadana, Convivencia, son, como antes, problemas de preocupación colectiva. Algunos de ellos han recibido calmantes, pero el diagnóstico sigue siendo de pronósticos reservados.
Por eso, tranquiliza y satisface que Hipólito Mejía Domínguez, uno de los líderes fundadores del Partido Revolucionario Moderno (PRM), estimado por mucho como uno de sus activos, refiera en forma reflexiva, pausara, serena y calmada: “Defiendo y defenderé esta gestión de Luis Abinader con alma, cuerpo y corazón”.
Quizás en este cuatrienio se acabe el maleficio de la división interna de los partidos en el Poder, aunque no he tratado aquí los comportamientos de lejanía que exhiben los también perremeístas, Ramón Alburquerque y Guido Gómez Mazara con la dirección política de su organización. ¿Qué usted dice?
Patricia Arache
patricia.arache@gmail.com