El fin de las vacas sagradas

El fin de las vacas sagradas

El fin de las vacas sagradas

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Cuando en el ajetreo propio de la existencia uno hace un alto en el camino con el propósito de meditar u observar lo que aún resta por recorrer, a veces una sensación de asombro nos desborda el espíritu.

Es como mirar desde lo alto el mar azul de colores cambiantes, la neblina que se desplaza suavemente sobre la arboleda de nuestras montañas, la llegada del amanecer.

En esta madrugada del domingo, tras reflexionar por horas mientras la deslumbrante luz de oro de la mañana nicaragüense desborda el horizonte y aleja la oscuridad, procede pensar que los dominicanos estamos dando pasos vigorosos para dejar atrás un pasado oscuro y arribar a una diferente y mejor forma de vida.

Nadie es ciego para no apreciar los grandes obstáculos que es preciso apartar del sendero. Solo que desde ya mismo se puede sentir esa sensación de esperanza y transparencia de propósitos, así como vislumbrar un presente y un futuro en el que ¡por fin! serían asunto del pasado los oscuros y siniestros traumas que nos han atormentado por siglos.

Percibo que son muchas las personas que asumen con vigor que están dando resultado los esfuerzos por alcanzar una forma de vida normada por las leyes y el orden, la necesidad imperativa de un ámbito de paz, progreso y desarrollo sobre bases firmes, el rescate de la Patria de sus males ancestrales y una lucha sin respiro contra el desafuero, las transgresiones y la delincuencia callejera e institucional.

Son tiempos complicados estos que vivimos a todos los niveles.
Pero lo cierto es que un nuevo humanismo ha hecho presencia en este ámbito tan confuso y ambiguo. La sociedad y todos los avances y riquezas creados por el hombre deben estar al servicio del ser humano.

Debemos esforzarnos por cambiar los estilos de gobernar, frustrar ideas elitistas, la depredación, situar las instituciones y los logros en todos los órdenes al servicio de la humanidad.

Durante muchas décadas, en República Dominicana hemos vivido en la oscuridad, bajo el dominio de un grupo exiguo que se ha hecho por las malas de los recursos que pertenecen a la colectividad. De ahí nuestras graves carencias, nuestras limitaciones, las terribles taras, atrasos y deficiencias que son apreciables aún pese a los avances logrados.

Cada día, de manera sutil, recibimos nuevos indicios de que el país está cambiando y transformándose. El anhelo de gente malvada del retorno a aquel paraíso de degradación, libertinaje, corrupción y robo del pasado mediato e inmediato tropieza cada día con mayores obstáculos. Las instituciones son rigurosamente supervisadas y los deslices e inconductas son sancionados.

El pueblo dominicano, degradado por tanta perversidad y tan malos recuerdos y vivencias siente el alivio frente a unas autoridades que han asumido corregir tantos entuertos, desvergüenzas y perversidades e impedir que tales inconductas se repitan.

Es preciso insistir en revertir una historia de perversidades, robos y abusos. Es preciso sentar las bases para que el peligro latente y que acecha y elabora sin descanso no tenga otra oportunidad. El tiempo de la perversidad y del abuso, definitivamente, debe llegar a su fin.