El fin de la política

El fin de la política

El fin de la política

Altagracia Suriel

Aunque el término política provoque en mucha gente emociones negativas, recelo o animadversión, es necesario su abordaje desde lo positivo, lo bueno y su valor para los seres humanos y los pueblos.

Desde la antigüedad hasta nuestros días siempre resurge la reflexión sobre el fin de la política y la aproximación a las preguntas filosóficas a las que está ligada: ¿para qué sirve la política y por qué los seres humanos interactúan en política?

El fin de la política y su ejercicio están asociados a la ética y a los valores. La política es el camino y la estrategia para materializar la bondad humana, mejorar las sociedades y construir bienestar.

La política, contemplada como la vinculación con lo público es la vía para que, como plantea Aristóteles, el ser humano logre su telos, es decir su fin que es alcanzar la felicidad desde la interacción con sus demás congéneres, la vivencia del bien y la moderación.

La política permite resolver problemas sociales a través del poder y la legitimidad que esta confiere. Como plantea Josep María Vallés, la política es la posibilidad de gestionar los conflictos de forma eficaz “por el hecho de que la decisión tomada mediante la política obligará a todos los miembros de la comunidad”.

La política nunca debería estar divorciada de la virtud y la moral. La práctica de la política como inversión, mafia, herencia, demagogia o maquiavelismo hay que superarla si se quiere ver desarrollo inclusivo y justicia social. El ejercicio de la política como negocio, clientelismo y patrimonialismo desgasta la esperanza y la confianza y refuerza el mal ejemplo.

Como diría Cicerón, tenemos que rescatar ese modelo ideal de hombre político, que sepa sacrificar cada interés personal por el bien de la comunidad. Ese que no se busca a sí mismo y su vanagloria, sino que persigue el amor por la patria, la justicia y la filantropía. Ese que aspira a inmortalizarse a través de hacer el bien, reconociendo su pequeñez y la futilidad de las cosas humanas, porque al final, todo pasa y lo que quedan son las buenas obras.



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