El encuentro es un valor vedado en estos tiempos de Covid-19. ¡Cuánto anhelamos encontrar a ese amigo que hace meses que no vemos! La pandemia nos ha privado de la cercanía del otro por razones de protección, pero no puede robarnos el encuentro con Dios.
¿Dónde encontrar a Dios? ¿Realmente nos estamos encontrando con Dios? O más bien, ¿nos hemos convertido en manipuladores de lo sagrado, en fariseos víctimas del ritualismo o en cristianos acomodados con una fe estéril?
El mismo Dios nos recuerda dónde encontrarlo: en el silencio, en la oración y en el prójimo.
Buscar a Dios en el silencio:
Dios se revela en el silencio, no en el estruendo o la extravagancia. No necesita hacer portentos para demostrarnos su divinidad o presencia. A los que escoge se les manifiesta en lo simple y cotidiano.
Encontrar a Dios implica despojarnos de las estridencias, parafernalias y apariencias. Hoy, como ayer, lo encontramos en la suave brisa que esconde el silencio: “Después hubo un terremoto, pero Yahvé no estaba en el terremoto.
Después brilló un rayo, pero Yahvé no estaba en rayo. Y después del rayo se sintió el murmullo de una suave brisa” (1 Reyes, 19-12).
Encontrar a Dios en la oración:
Jesús mismo nos insiste en la oración como vía de conectarnos con Él en todo tiempo o situación. Orar es entrar en la sintonía de Dios abandonándonos a su voluntad y misericordia.
Encontrarlo es poner nuestra fragilidad en Sus Manos, conscientes de que es un Padre Bueno que cuida de nosotros: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá…” (Mateo 7: 7-11).
Dios habita en el prójimo:
La búsqueda de Dios no es auténtica si no nos lleva al prójimo. Los sufridos y necesitados tienen el sello de Dios.
Él se esconde y se rebela en el pobre. Cuando nuestro corazón se conduele del otro, en la misericordia y la compasión encontramos a Dios: “Lo que hicisteis a uno de estos hermanos, a mí me lo hicísteis” (Mateo, 31-46).