El elogio de la sabiduría

El elogio de la sabiduría

El elogio de la sabiduría

Altagracia Suriel

La mayoría de los seres humanos aspiran a ser sabios o cree serlo. No se puede confundir la sabiduría con el nivel educativo.

Se puede ser instruido en determinado campo, pero ser un ignorante en la toma de decisiones éticas. Por eso escuchamos a muchos ‘sabios’ expresar las más absurdas opiniones o actuar de forma incoherente.
A veces se vincula la sabiduría a elevados resultados en los test de inteligencia.

Se puede ser muy inteligente sin ser sabio. Aunque, lógicamente, del que es muy inteligente se tiende a esperar que actúe con mayor sabiduría que el resto de los mortales.

En el contexto dominicano, la sabiduría se asocia a ser vivo, a sacar ventaja de alguna situación, incluso de forma deshonesta o hasta ser aprovechado y oportunista. Ser ‘sabichoso’, tampoco es ser sabio.
Tomás de Aquino define la sabiduría como “el conocimiento cierto de las causas más profundas de todo”. No en vano Salomón pidió sabiduría para poder gobernar con justicia y discernimiento.

La sabiduría que da Dios otorga capacidad de juicio y discernimiento para tomar buenas decisiones inspiradas en el bien mayor que es Él.
Hace unos años escuché una historia sobre la sabiduría que siempre recuerdo:

“Unos niños que buscaban al hombre más sabio del mundo, discutían sobre las preguntas que le harían para probar su sabiduría. Se pusieron de acuerdo en que le preguntarían sobre lo que uno de los niños llevaba en sus manos. Si el sabio adivinada, le harían una segunda pregunta acerca de si lo que llevaba el niño en las manos estaba vivo o muerto.

Y si respondía que estaba vivo, la apretarían hasta matarla para demostrarle al hombre que él no era sabio.
Encontraron el sabio.

Cuando le hicieron la primera pregunta inmediatamente el hombre respondió que en las manos el niño tenía un ave. Y a la segunda pregunta de si el ave estaba viva o muerta, el sabio respondió: está en tus manos. De ti depende si el ave vive o muere”.

Vivir con sabiduría también está en nuestras manos, porque cada uno es responsable de elegir el bien o el mal, la maldad o la bondad e irradiarla en nuestros ambientes.