El efecto Bruselas

El efecto Bruselas

El efecto Bruselas

Federico Alberto Cuello

Cuando cayó el muro de Berlín en 1989, muchos pensaron que desaparecerían las rivalidades entre potencias.

Luego nacería la Organización Mundial del Comercio, se consolidaría la integración europea, entraría China a la OMC y la globalización reemplazaría a la guerra fría.
31 años después la globalización es ahora globalismo, causa de problemas y no destapador de desigualdades preexistentes entre y dentro de países, sin importar su nivel de desarrollo.
La realidad es que la globalización confronta serios desafíos.

El principal es quizás el retorno de la geopolítica, ante la renovada insistencia en mantener áreas de influencia de las mismas grandes potencias que se creía unidas en aquel breve momento unipolar.

La geopolítica del siglo XXI carece de la agresividad militarista predicada por Haushofer en la Alemania de Weimar, al estar todavía contenida por un precario equilibrio nuclear.

En la guerra fría 2.0 que según Ferguson vivimos, la rivalidad también se conjuga de otras formas: aplicabilidad de estándares y regulaciones, acceso a tecnologías y mercados, y pertenencia a cadenas de suministro. ¿Serán esos los términos de una rivalidad exclusivamente bipolar?

La fuente de estándares y regulaciones más estrictas es la UE. Así lo demuestra la profesora de Columbia Anu Bradford en su oportuno libro cuyo título encabeza este artículo.
China y los EEUU podrán ser mercados importantes. Pero la UE también lo es. Ninguna empresa se va a ahorrar costos manteniendo estándares distintos a los europeos para el resto del mundo. Mejor cumplirlos para Europa y, de paso, para todos.

Mientras otros permiten fusiones y adquisiciones que resultan en posiciones dominantes, en la UE el interés del público prevalece sobre el privado. Al bloquear fusiones en Europa se impiden en otros mercados, como en la frustrada fusión entre fabricantes estadounidenses de turbinas de avión.

Cuando todo parecía perdido en materia de contaminación ambiental, empresas globales basadas fuera de Europa prefieren sujetarse a sus más estrictas normas, pese a que en sus propios países sean más flexibles.

Gigantes como Facebook y países como Japón cumplen las normas europeas de privacidad, fruto de la Regulación General de Protección de Datos (GPDR) adoptada por la UE y asumida por el mundo a las pocas semanas.

La regulación europea como fuente de poder coloca a los países en una carrera hacia las mejores prácticas, determinando además el acceso a las tecnologías de aquellos que cumplen con sus estándares.

Por su extensa red de acuerdos comerciales, Europa lleva ventaja para reconfigurar a su favor las cadenas de suministro en la transición del off-shore al near-shore. Sirve así de contrapeso al unilateralismo y será seguro la piedra sobre la cual asentar la reforma de la OMC.

No todo es perfecto. El estándar europeo sobre cadmio lo permite en el trigo en proporción diez veces superior al tolerado en el cacao, sin haber nunca demostrado cómo beneficia eso al consumidor.

Pero el efecto Bruselas introduce gradaciones al marcado contraste de la rivalidad entre potencias. Asumir esta realidad frente a escenarios bipolares permite a los países ser coherentes con sus propias realidades.



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