El frecuente fenómeno de los expresidentes Latinoamericanos que al término de sus posibilidades electorales aún conservan un alto nivel de popularidad y que deciden prolongarse en el poder más allá de lo establecido legalmente, a menudo por ellos mismos, modificando la constitución, o bien a través de “relevos”, o “sustitutos”, que intentarán ganar la presidencia basados en la popularidad, el apoyo personal y partidario del ex presidente convertido en caudillo, puede entenderse por varias razones lógicas: entre estas están las de los presidentes progresistas de AL que en su interminable batalla contra las fuerzas de la derecha, se les hacía casi inevitable su repostulación.
Otros por el temor a ser perseguidos judicialmente por actos cometidos (falsos o verdaderos) durante su mandato, o quizás otra razón fuera por el pánico a perder totalmente el poder y de regresar a una vida normal, sin el disfrute absoluto de sus mieles.
En los casos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff en Brasil y luego con Fernando Haddad en las pasadas elecciones, Rafael Correa y Lenín Moreno en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Cristina Kirchner y Alberto Fernández en la Argentina, las dos primeras causas fueron determinantes en sus intentos por regresar, la primera bajo la forma del lawfare.
En República Dominicana con Danilo Medina y Gonzalo Castillo actuaron las dos últimas razones, muy semejante a lo ocurrido con el expresidente de Colombia Álvaro Uribe e Iván Duque, el modelo de sucesión escogido por Danilo Medina para llevar a cabo la extensión de su poder en el tiempo.
Cuando constitucionalmente se le le hizo imposible al ex presidente, hoy senador, Álvaro Uribe Vélez, optar por una nueva repostulación en el año 2010, el taimado caudillo creyó encontrar la fórmula que le habría de permitir prolongarse en el poder y mantener el nivel de impunidad que hasta ese momento lo había acompañado, dando su apoyo a Juan Manuel Santos, su exministro de Defensa, a la presidencia de la República, en las elecciones de ese año. Pero contrario a lo que Uribe tenía planeado, Santos, lejos de ser una marioneta a su servicio, actuó de manera independiente en asuntos cruciales de la política uribista, echando así por tierra el idilio político inicial que entre ellos existía.
Al término del segundo periodo de Santos, Uribe mantenía el liderazgo entre los sectores de derecha y centroderecha, además de que contaba con el amplio espectro conservador que en Colombia constituye una importante fuerza electoral y política. Pero en esta ocasión Uribe se encargaría, en persona, de escoger un candidato que asegurara su continuidad en el mando político del gobierno y así del fondo de la chistera sale Iván Duque el escogido.
Prontamente, de tener menos de un 10% de popularidad entre los precandidatos saltaba a un 40%, ubicándose en pocas semanas como el favorito para ganar. El resto es historia y en lo adelante la independencia de Duque se vería comprometida en gran medida a la voluntad del viejo caudillo.
El “Duque’ de Danilo Medina, un personaje de escasas condiciones políticas, cercado por nubarrones de corrupción y de enriquecimiento ilícito, se convirtió en el “elegido” por el caudillo y en un muy corto tiempo pudo derrotar a “viejos robles” del partido como Reinaldo Pared, presidente del senado y secretario general del PLD, de quien se dice Medina habría prometido apoyar en su proyecto político a la presidencia.
Lo mismo sucedió con Francisco Domínguez al cual no le bastó esa imagen de pulcritud y seriedad tan precisada en esos momentos para cualquier candidato de un partido hundido en hechos y denuncias de corrupción como lo estaba el partido de gobierno. Incluso la vice Margarita debió correr la misma suerte que todos ya que solo Gonzalo reunia las caracteristicas necesarias (leal a toda prueba, manejable y depositario de la confianza absoluta del caudillo) para que Danilo Medina continuase manejando, aunque de manera indirecta, los hilos del poder.
Triunfante en la primera contienda interna, el presidente Medina se aprestaba a llevar a su “pupilo” al principal desafío de la lucha por la candidatura presidencial por su partido a lo interno: la batalla contra su archienemigo el expresidente de la República y presidente del PLD el Dr Leonel Fernández. Movilizó toda la maquinaria y todos los recursos a su alcance para derrotar a Leonel en las primarias y finalmente lo logra aunque a un muy alto precio: la división del peledeísmo en dos facciones. Algo similar pasó con los partidos Alianza País y el llamado partido de la “U” en Ecuador y Colombia respectivamente, por rivalidades internas entre el caudillo y su “apoderado”.
La peligrosa obsesión del presidente Medina de permanecer controlando el poder a través de un presidente títere, ha sido objeto de variadas críticas, como la de Vinicio Castillo Semán: “Errar es de humanos. Y en política se cometen errores graves. Danilo los cometió al elegir al Penco”, en tanto el Dr. Fernández lo calificaba de irresponsable por “…imponer como candidato a una persona que ei sabe no está capacitado para gobernar la República Dominicana, yo llamo a eso un abuso que se está cometiendo con el pueblo Dominicano”,
De la misma forma que en las elecciones del 2016, cuando Medina reclamó “su congreso”, en esta nueva contienda electoral reclamaría “su Duque” y a el mismo estilo de Álvaro Uribe en el 2018, intentará por todos los medios, santos y non santos, de conducirlo hacia la meta y conseguir el triunfo en las próximas elecciones, aunque esto signifique recoger por montones las bajas morales y políticas que quedarán en el camino. Pero en ese momento ya nada importará, el “nuevo Duque” estará ya en el palacio y en su casa, el caudillo, será feliz, sosteniendo entre sus manos el control remoto.