Agradezco la atención que ponen a mis artículos semanales, a través de “El Día”, varios de mis amables lectores, quienes me dan sus opiniones y me hacen sugerencias.
Sobre el artículo ¿Es trabajador el dominicano?, uno de ellos opinó que debía ampliarlo y profundizarlo, y otro me señaló que no quedaba clara mi posición personal frente a la interrogante planteada.
Mi posición sobre el tema es que el dominicano es trabajador. Pero coincido con Pedro F. Bonó y Federico García Godoy, quienes, empero, establecen algunos reparos. Mientras Bonó alude a aspectos de la organización social que obstaculizan la voluntad de trabajo del dominicano, García Godoy en su obra “El Derrumbe” refiere: “una especie de abulia absorbe, atrofiándolas o inutilizándolas, facultades volitivas de singular mérito y eficacia.
Lejanos atavismos han determinado en nuestra inteligencia y en nuestra sensibilidad, la propensión a la pereza física y mental…” (Editora UASD, 1975, Pág. 72).
El tiempo de dedicación al trabajo de nuestros campesinos va del alba al crepúsculo, y la vitalidad y creatividad de los trabajadores de nuestro amplio sector informal de la economía, expresa con claridad la voluntad de trabajo del dominicano. Pero hoy los dominicanos enfrentamos valladares que obstaculizan esa inclinación, y que tienen que ver con la emergencia de nuevos contextos, circunstancias y expectativas.
En nuestro país la gran proliferación de tarjetas “solidaridad”, bono-luz, bono-gas, etc., como parte de una política social asistencialista, opera como limitante a la voluntad de trabajo, haciendo que muchas personas se acomoden a élla, castrándose sus iniciativas laborales. La proliferación de juegos de azar y su institucionalización a través de las bancas de apuestas, constituye también una traba importante para el fomento del espíritu de trabajo.
Estimular que la gente haga descansar su destino en la suerte, es un crimen y una lamentable manifestación de atraso social.
El envío de remesas desde el exterior, si bien es un factor crucial que ha contribuido al crecimiento de la economía nacional, ha incidido para que, por ejemplo, en varias comunidades de nuestro “sur profundo”, una porción de la población masculina deambule ociosa a espera de esos envíos.
Por otra parte, en el país la política ha sido utilizada por muchos de los que contralan o han controlado el poder, como un negocio y un instrumento clientelar.
Muchas prácticas y malos ejemplos políticos han desestimulado la vocación de trabajo del dominicano, al igual que lo ha hecho la entronización de valores que anteponen el disfrute material, “la gozadera”, “la chercha”, “el bonche”, a la entrega y el trabajo duro, y que aconsejan a “no privarse de nada”.
Todas estas prácticas, hábitos, ideas e instituciones, que son “el pelo en el sancocho”, tienen que ser enfrentados y erradicados, para alcanzar un auténtico progreso dominicano, que debe estar fundamentado en el trabajo y la productividad.