No puedo ignorar, tras concluir el 2019, la incapacidad de las autoridades judiciales para instrumentar un expediente a los invasores del complejo deportivo La Barranquita de Santiago, a cuatro años de haber sido sometido el informe sobre el caso por el Ministerio de Deportes.
No es posible que propiedades del Estado, es decir, de todos los dominicanos, sigan a merced de delincuentes, malhechores y farsantes, sin que la justicia, en este caso, la Procuraduría General de la República mantenga un silencio sepulcral desde hace tanto tiempo.
Lo que no cabe duda es que los terrenos que han sido arrebatados al complejo, lo ocupan con el respaldo de quienes deben protegerlo.
Incluso, en Santiago se conoce que muchos de los invasores están protegidos por conocidos dirigentes políticos.
También llama la atención que el alcalde de Santiago, Abel Martínez, haya mantenido silencio ante este latrocinio a la propiedad pública.
Las alcaldías deben y son los organismos responsables de las propiedades en donde sus habitantes desarrollan actividades deportivas.
En este país se juega constantemente al olvido, al punto de que un político en una ocasión dijo que los elefantes tienen mejor memoria que la gente.
Y no se equivocaba, porque aquí ocurren hechos degradantes a diario, sin que absolutamente nadie se sorprenda y mucho menos que se tomen acciones para detenerlas para siempre.
Si la justicia no actúa, si se mantiene en estado de inoperancia en el caso de La Barranquita, que nadie dude que un día cualquiera invadan el Centro Olímpico o Juan Pablo Duarte, el Parque del Este o cualquier otro complejo.
No hay que olvidar que millones de tareas pertenecientes al Consejo Estatal del Azúcar (CEA) están invadidas o han sido prácticamente “regaladas” en títulos de propiedad a amigos, funcionarios y hasta algunos “compañeritos” de la base.
Me gustaría que alguien me señalara un solo caso en que se haya producido un sometimiento a la justicia por ese vulgar pillaje, saqueo y depredación.
Este es un país muy especial, porque aquí se producen acontecimientos que en cualquier otra sociedad resultan espantosos e inadmisibles. La Barranquita es solo un ejemplo de que vivimos en una comunidad de “escamoteos el dolo”, sin que se sufra ninguna consecuencia.