La silenciosa y bien planeada migración haitiana en el país la decidieron desde fuera hace tiempo, así como ha pasado en Europa.
Suecia es el país que más problemas tiene con la migración en el llamado viejo continente. En ese país los nativos viven bajo constante acoso por parte de los migrantes.
Muchos, especialmente las mujeres, temen salir de su casa o por lo menos les da miedo ir a ciertas zonas de las ciudades.
En Milán hay barrios donde los italianos no se atreven a hacerlo. Lo propio pasa en Roma, donde los migrantes hasta golpean a los policías sin que estos puedan defenderse porque, de hacerlo, les pegarían en el acto la dictatorial etiqueta de racistas y xenófobos, terminando ante un tribunal.
Todo lo anterior se hace como resultado de una clase dirigente corrupta y sin una clara conciencia de patriotismo o tradición que repite todos los ridículos argumentos de los supuestos derechos humanos, ¡PERO SIEMPRE EN UN SOLO SENTIDO! Lo que se mueve detrás de toda esta maniobra es el proyecto de la globalización que significa un mundo con una pequeña elite arriba y el resto reducido a la miseria y la esclavitud, ni más ni menos, una reedición de lo que pasaba en los tiempos del antiguo régimen.
Para lograrlo, entonces, hay que destruir las identidades nacionales, los valores tradicionales, las costumbres, la familia y cualquier otra cosa que hacía de un pueblo una comunidad compacta. Hasta al papa Francisco y a Obama pueden haberlos engañado en su buena fe con ese propósito en mente.
Igual a los demás gobernantes mediocres que proliferan en la actualidad en el grueso de los países.
Se tiene entendido que Rusia es el último bastión que queda contra la globalización, y miren ustedes ni cuánto la atacan. Es absurdo ver cómo rastros de esta nueva ideología se ha infiltrado en la programación de una televisora como Telesur, por ejemplo, un lugar donde no se sospecharía que estuviera.
En los Estados Unidos y en Canadá hay todo un pensamiento izquierdoso que enseña que los blancos son malos por naturaleza, y dentro de ellos, los hombres, son todos unos violadores.
En las escuelas se les enseña a los niños a sentirse culpables por estas cosas. En Italia hace un mes aprobaron una ley, vigente desde ya en otros países europeos, que contempla una pena de 3 a 9 años de cárcel simplemente por expresar en público que no aceptan la narrativa del Holocausto.
La alianza entre la Iglesia Católica y el sionismo ha hecho de esa narrativa una nueva religión, que como tal, tiene sus propios dogmas, y cuestionarlos es igual a ser hereje y sufrir las consecuencias.
Desde esa perspectiva, preocupa sobremanera los niveles a los que está llegando la silenciosa –pero no menos peligrosa—nueva invasión haitiana en la RD.
Recientemente paseaba por la calle El Conde, y me he llevado la sorpresa de que está siendo invadida por la pintura naíf haitiana, la que venden a los turistas cual si fuese dominicana.
Y poco a poco puntos estratégicos de nuestra histórica y querida calle están siendo ocupados por idénticos migrantes.
Y así ocurre en otros lugares. En una foto de un periódico matutino del pasado 2 de julio, se observa a un grupo de haitianos que ha arrabalizado el área verde del entorno del Teatro Nacional.
O sea, ya hemos llegado justamente a lo que dice Dante de Semíramis en el Infierno, que «hizo lícito lo que era ilícito». Por último, el libreto, al parecer, sigue indetenible, en ese sentido, a juzgar por el recentísimo movimiento de una ficha de grueso calibre en el escenario dominicano.