Hoy mientras oraba al Padre, en nombre de Jesús por un milagro para una amiga, el Espíritu Santo trajo a mi memoria la autoridad con que Jesús sanaba, y como en secuencia vino a mí algunos de los milagros señalados en la Biblia, «La hija de Jairo, el siervo del Centurión, la mujer del flujo de sangre, el ciego en las afuera del templo, el de la camilla, a quien le dijo Levántate y anda, la suegra de Pedro el apóstol, resucitó a Lázaro y aún cuando lo aprendieron para crucificarle, suturó la oreja del guardia que Pedro había cortado».
Él nos dijo, que si tuviéramos fe como un granito de mostaza veríamos grandes milagros. El Señor sabía que dudar es nuestra naturaleza y por eso también nos dijo que pidiéramos a Dios que fortalezca nuestra fe.
El mismo Señor que hizo todos esos milagros los puede hacer ahora, y mayores aún porque esta con el Padre Celestial.
No es con nuestras fuerzas, ni con alzar más la voz que recibimos respuesta, la fe se mueve cuando reconocemos que su voluntad es buena y perfecta, que tiene todo el poder de sanar, y si no lo hace, de seguro que tiene un mejor plan, para Dios, prima su Plan de eternidad en cada uno de nosotros.
La fe se mueve cuando rendidos y humillados le imploramos, reconociendo que todo lo puede, pero que Dios es soberano.
Tenemos con y por nosotros al Dios de lo imposible, si esta dentro de sus planes, por amor, lo hará.