El día triunfal de los Gigantes

A nuestro arribo a San Francisco de Macorís el domingo 25, hora y media antes del partido que consagró a los Gigantes del Cibao, la ciudad estaba en ebullición. El ambiente en las calles era premonitorio de que la serie terminaría ahí. Ya en el estadio Julián Javier, un cuarto de hora después, nos sorprendió las enormes filas bien ordenadas, hombres y mujeres aparte, para acceder a los graderíos.

El partido se desarrolló como un libreto soñado por los parciales locales. 6-0 después de dos entradas. A esas alturas, los rostros de los jugadores de las Estrellas reflejaban el dolor distintivo de la derrota.

Los bates de Maikel Franco -jonrón con bases llenas y uno postrero en el octavo- y de Carlos Peguero con uno enorme sobre la pared central, hicieron honor al tema del equipo que interpreta el orgullo local, el Henry Hierro de la Gran Manzana, con un ritmo de salve que se remonta a los años 50: «Va cayendo una lluvia de pelotas/Son los Gigantes que la botan».

Consumado el triunfo del primer título en sus 19 años en la pelota invernal dominicana, un gentío alborozado se descolgó al terreno, pero las gradas seguían llenas, sinónimo del récord de asistencia establecido.

Se vio a José M. Mallén, presidente de las Estrellas, Kalil Haché, al doctor Pérez Ubiera y a otros denodados estrellistas, retornar desde el lado de los campeones.

Daban la impresión de que sus pasos cargaban el peso de cansados elefantes que han transitado un largo trayecto de 47 años sin saborear la miel del triunfo.

El mandamás verde tenía cara de «no más». En el alborozo de los cibaeños nordestanos, ni a lo largo de un partido final sin estrés ni tras la consumación del triunfo, nunca se vertió el inequívoco grito que se estila en la afición de un ganador, que en este caso sería: «Gigantes campeones». Y nos preguntamos:

¿Sería por la inexperiencia? ¿O como el Chapulín: «fríamente calculado», porque la fanaticada de los demás equipos le dio la espalda y no querían repetir los que otros?