Durante los últimos cuatro años, Wangda Dorje y Tshering Choden han sido el rosto público del VIH/sida en la pequeña nación asiática de Bután.
Forman parte de un grupo de cinco personas que fueron las primeros en el país en declarar abiertamente su enfermedad, frente al rey y luego en la televisión nacional.
Es verano en Bután y el sonido de la ciudad en construcción se cuela a través de la ventana del apartamento de dos habitaciones en la capital, Timbu, en la que la pareja vive con sus cuatro hijos.
En la cocina, su hija de 12 años está fregando, mientras los más pequeños juegan en el cuarto de estar. La televisión está encendida y el apartamento está impecable.
Parecen una familia modelo, pero su vida está lejos de ser común.
El diagnóstico
Todo comenzó en 2006 cuando Choden estaba embarazada de tres meses de su segundo hijo. Volvían de una revisión rutinaria en el hospital, cuando les llamaron para que regresaran urgentemente.
No sabían de qué podía tratarse, pero dieron la vuelta de inmediato. Les condujeron a una sencilla habitación blanca con una mesa y cuatro sillas.
Dos consejeros del hospital, una mujer y un hombre, se sentaron silenciosamente mirándoles sin decir una palabra.
«Durante un tiempo se miraron el uno al otro. De pronto, el consejero pidió a mi esposa que saliera fuera», recuerda Dorje. «Entonces me preocupé realmente. Mi pulso se disparó».
Una vez que Choden salió, el consejero le dijo que el virus del VIH era «muy activo en su cuerpo y en el de su esposa».
Dorje palidece. Se nota la impresión que le produjeron esas palabras cuando recuerda ese momento que cambió su vida.
«No pude decir una palabra durante unos momentos. Estaba totalmente perdido. Entonces, después de un rato, el único pensamiento que tenía en la mente fue la infidelidad», cuenta enfáticamente.
«Inmediatamente sospeché que mi esposa me había sido infiel. La ira me sobrevino rápidamente. Me sentí herido y furioso».
Dorje preguntó quién había sido infectado primero, él o Choden, que entonces tenía sólo 18 años. «Mirando el nivel de inmunidad del cuerpo, parece que usted se infectó mucho antes que su esposa», le respondió el consejero.
Eso cambió todo. Dorje sacude su cabeza. «Me sentí culpable y triste», cuenta antes de hacer una pausa. «Entonces el consejero pidió a mi esposa que volviera a la habitación. No pude soportar mirarla a la cara, era tan joven».
«No pude decir nada, estaba al borde de las lágrimas y, porque era tan joven, pensé que iba a morir».
¿Qué sucedió?
Dorje había consumido drogas en su adolescencia, después de una relación fallida. Fue entonces cuando contrajo la enfermedad por compartir jeringuillas. Ni siquiera sabía que eso era posible hasta que los doctores se lo explicaron.
Entonces les hablaron sobre la medicación antirretroviral y cómo esta reduce el riesgo de transmitir la infección a los bebés antes de nacer.
«Cuando dejamos el hospital, estaba en tal estado de shock que no recuerdo ni siquiera a quién vimos», dice Choden. «Estuve llorando todo el tiempo».
Ambos estaban además aterrorizados por cómo reaccionarían las personas de su entorno.
«Aunque teníamos mucho miedo por si íbamos a morir, lo que más nos atemorizaba era el estigma social», cuenta Choden. «Creía que cuando lo supiera la gente nos iban a marginar».
El pacto
Hicieron un pacto. «Cuando fuimos a casa esa noche, mi esposa y yo hablamos sobre qué hacer. Nos prometimos que no le contaríamos que éramos VIH positivos a nadie, ni siquiera a mis padres o a sus padres o a nuestros hijos».
Y es que cuando fueron diagnosticados, el sida era todavía una enfermedad rara en Bután.
Esto puede deberse a que es un lugar aislado geográficamente y también a campañas de salud pública. Sangay Choden Wangchuck, una de las cuatro esposas del entonces rey, era embajadora del Fondo de Población de la ONU, que promueve asuntos relacionados con la reproducción y la salud sexual.
En 2008, apenas un par de años después, sólo se habían registrado oficialmente 144 casos en Bután entre una población de 700.000 personas.
Pero las cifras están al alza, en parte por el aumento del tráfico fronterizo de Bután con India y China.
ONUSida calcula que la cifra real de personas que viven con sida en Bután asciende a 500, el 0,01% de la población.
«Lo que la gente sabía sobre el sida es que era un asesino silencioso, que se arrastra insidiosamente entre la población», cuenta Dorje.
En aquella época se extendió la idea de que quienes dieran positivo fueran marcadas, para que pudieran ser reconocidas.
«Tenía mucho miedo de que mis padres lo descubrieran. ¿Qué pasaría si mis hermanos y hermanas, y mi comunidad se enteraran? ¿Qué pensarían de mí? Ese era mi mayor miedo», asegura Dorje.
Pocos meses después Choden dio a luz a una niña, que para alegría de la pareja no contrajo en virus.
Otros como yo
A través del hospital y otras agencias, Dorje empezó a conocer a otras personas que vivían en secreto con el VIH. Y veían cómo eran marginados socialmente, ignorados por sus familias y con sus hijos excluidos de la escuela. Se sentían indignados pero impotentes. Viviendo una mentira él mismo, no podía hacer nada.
Pero en 2009, un anuncio de televisión en el que un personaje advertía «tengan cuidado, si contraen VIH-sida, desaparecerán como yo», antes de desvanecerse de la pantalla, hizo que todo cambiara.
Cuando Choden vio el anuncio lloró pensado que iba a morir. Dorje no podía soportar más la situación.
«Decidí que tenía que contarlo», recuerda. «No podía continuar escondiendo mi medicación y mintiendo a la gente».
Convenció a otros tres hombres también infectados para que revelaran su secreto. Era hora de mostrar a la población de Bután los rostros reales de quienes viven con VIH.
La decisión disgustó a Choden. El miedo la invadió y durante un mes no habló a su esposo. Se sintió traicionada.
Dorje planeó hacer el anuncio el Día Mundial del Sida, el 1 de diciembre de 2011.
Para cuando llegó la fecha, Choden había cambiado de opinión.
«Mi razón para hacerlo fue porque soy una mujer analfabeta», cuenta. «Sentí que si podía hacer algo bueno por la sociedad, el sacrificio personal habría valido la pena».
Su majestad
Dorje, Choden y algunos otros amigos VIH positivos fueron recibidos en audiencia por el rey Jigme Khesar Namgyel Wangchuck.
«Aunque me sentía bastante avergonzada por tener que hablar de mi enfermedad, estaba también muy agradecida porque muy poca gente puede conocer al rey», señala Choden.
«No nos hizo sentir marginados o avergonzados por nuestra enfermedad», cuenta.
En una audiencia en la que «había más de 1.000 personas», asegura Dorje orgulloso, la reina madre le dio un abrazo para mostrarle su afecto, un abrazo que además transmitió en silencio el mensaje de que el VIH no se transmite por el contacto.
Más tarde ese día, los cinco aparecieron en la televisión nacional.
Eso es lo que más miedo les dio. «Si hubiera tenido una segunda oportunidad, hubiera salido corriendo», dice Choden.
Sus amigos contaron que les vieron en un ruidoso bar lleno de gente y de pronto todo el mundo se calló. «Querían saber no sólo cómo son las personas con VIH sino también qué decían».
Al día siguiente se sintieron observados en las calles. Grupos de niños se acercaban a mirarles antes de salir corriendo.
A la mañana siguiente el padre de Dorje llamó alarmado por lo que había escuchado decir de su hijo a la gente de su aldea. Su madre y su hermana dejaron de hablarle.
En unos meses fueron expulsados de su casa y se vieron en la calle con sus hijos. La mayor fue ridiculizada en el colegio y perdió a sus amigos.
«Le dije que era más importante hacer frente a este problema que cambiar de escuela, huyendo de un lugar a otro», cuenta Choden.
Pero decididos a hacer una vida normal, la pareja amplió su familia. Estaban preocupados por transmitirles el virus a sus pequeños, pero su segundo y tercer hijo nacieron sin el virus.
La fuerza del amor
Ahora tienen cuatro hijos preciosos, sanos y traviesos. Viven, duermen y comen juntos como cualquier otra familia.
«Aunque hacemos todo juntos como familia, siempre me aseguro de que cuando me corto nuestra sangre no se mezcla. Es la única cosa por la que tengo que preocuparme», dice Choden.
La enfermedad ha cambiado sus vidas. Dorje ahora tiene un trabajo como director de una organización para las personas con VIH/sida en Bután.
Y lo más importante de todo es cómo les unió emocionalmente.
«Antes de que nos detectaran la enfermedad solíamos enfadarnos, solíamos pelear, solíamos tener diferencias», dice Choden. Según asegura, tras el diagnóstico se acercaron más.
«Somos más considerados el uno con el otro. No recuerdo habernos pelado o discutido desde que nos detectaron la enfermedad. De hecho, estamos más enamorados».