A mi apreciado amigo y periodista le preocupa la amenaza del apogeo de las redes sociales frente al hábito de la lectura convencional.
Percibe que en el mundo online predomina la información, en detrimento de la auténtica formación. Le aterra la superficialidad que caracteriza el flujo de información en las redes sociales.
Le comenté, que desde mi óptica, la mera información no es conocimiento. El dato per se, el dato en sí mismo ni es conocimiento ni tiene facultad para crear conocimiento si no se lo contextualiza en un razonamiento. Hay que evitar el culto al dataísmo, como lo llama el filósofo Byung-Chul Han.
Sin embargo, en lo que concierne a la disyuntiva entre el libro digital o el libro impreso, es decir, en ese fenómeno que refleja el choque entre las culturas online y offline, creo que hay formas de superar el dilema. Hay que hacer convivir esos formatos del libro, tal como la sociedad logró una articulación armónica entre el cine y la televisión, entre la televisión, la radio y los medios impresos.
Cierto que algunos recursos derivados del avance tecnológico se van quedando regazados y amenazados por su posible condición de fósiles.
Eso no va a ocurrir con el libro impreso. Cada año las editoriales imprimen más y más volúmenes, mientras la lectura digital también crece. Lo importante es que los migrantes digitales lean y que los nativos digitales también lo hagan. La cultura real ha de lograr espacio en la cibercultura, y viceversa.
Que la cultura no se reduzca a redes sociales, a los videítos de un minuto o las agresiones a la lengua escrita en las pantallas, eso es importante. La lectoescritura es un paso imprescindible hacia la verdadera libertad del individuo; libertad que no se encuentra en las redes sociales, a no ser de forma engañosa o falsaria.
Considero que no hay muerte prescrita para el libro impreso. Las grandes ferias internacionales del libro como Frankfurt, Madrid, Berlín, Guadalajara, Barcelona, entre otras, siguen siendo cunas de la recepción, promoción y difusión del libro impreso.
Las versiones digitales se fortalecerán y serán una alternativa cada vez más importante, sin lugar a dudas. En mi humilde entender, de lo que se trata es de una convivencia y no de una lucha a muerte entre el libro digital y el impreso. En el primero, el digital, están las ventajas de la difusión electrónica masiva, su reducido costo, la facilidad de portarlo en un celular, una laptop, un iPad, una tableta
. Eso es irrefutablemente cierto. En el segundo, en el libro impreso, persevera el gusto por el olor del papel, el color de la tinta seca, la placidez que provoca a los sentidos la constatación de lo táctil, la posibilidad de escribir a mano las notas en los bordes o pies de páginas, en fin. También estos son rasgos que conmueven y atraen a nativos digitales. Es utópica la idea de que asistiremos al sepelio del libro impreso. Sobrevivirá.
La literatura ha jugado un crucial papel en la creación y fortalecimiento de la conciencia social, expresa Quiroz, al tiempo que aclama porque lo local no se pierda en la esfera global.
En este mundo hipermoderno, le respondo, que enfrenta lo local a lo global, pero que no puede reducir la marcada tendencia hacia la planetarización, creo que el gran reto de los escritores estriba en lograr que su lengua-cultura, que su cosmovisión, que su evocación poética y sus historias narradas como experiencias vitales locales, puedan alcanzar dimensión y estatura universales.
El lenguaje literario o estético tiene la virtud de hacer de lo particular un objeto de interés universal.