Aunque la fiera está herida y acorralada, hay que tener cuidado con el zarpazo. El caudillismo dominicano es uno de los problemas capitales de nuestra historia, mismo que arrastramos desde la propia fundación de la república, y con unas características donde la llamada estabilidad democrática cuenta con un rosario de daños a la vida institucional del país.
El presidente Danilo Medina, en su afán de mantener el control total del poder no le ha bastado con dirigir la nación en dos períodos y tratar de reformar la constitución, que por suerte y mucha presión de los sectores organizados y voces disidentes, fue un intento fallido. El mismo primer mandatario cercó militarmente el Congreso Nacional cual si fuera un Pedro Santana cualquiera para tratar de torcer la voluntad popular y el mandato constitucional.
Al ser derrotado en el congreso el presidente Medina no dudó en usar su poder y hegemonía dentro del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) para imponer su candidato Gonzalo Castillo, el único que puede garantizar su continuidad y consolidación fuera del poder. Esto por las características de este candidato que no cuenta con más estructura que la del propio Danilismo.
Dividido el PLD, con un candidato que según las encuestas de prestigio no sobrepasa el 30% dentro del electorado, una pandemia mundial provocada por la COVI-19 y unas elecciones presidenciales y congresuales a solo pocos días, el grupo que aúpa Danilo Medina no se imagina fuera del poder, tal cual lo indican todas las proyecciones, y caerían en una especie desplazada y desarticulada en menor medida.
El fracaso del Danilismo es inminente, su práctica profundizó la inequidad de los pobres, los jóvenes, la clase trabajadora y una clase media que vive bajo el azote de un crecimiento económico que no se distribuye.