Dice un refrán por ahí que “los años pasan, pesan y pisan” y muchos no vemos en esta realidad la belleza de la vida, pues el trayecto es lo que realmente cuenta.
Ese recorrido que nos muestra, enseña y permite disfrutar del tiempo que vivimos en la tierra y de las personas que tenemos la dicha de conocer.
Muchos vemos pasar los años sin un plan de vida, pero al hablar de “plan” no me refiero a las metas ni los logros que queremos alcanzar ni el dinero que pretendemos acumular…
Cuando hablo de “plan” pienso en esas cosas, pensamientos y acciones que definen nuestra esencia, esa filosofía de vida que nos permite vivir a plenitud sin importar los errores cometidos, las caídas y las pérdidas que debemos afrontar día a día.
Cada año que celebro, ya contados los 44, me ha permitido replantearme esos puntos que son básicos en mi agenda y la madurez que viene de las vivencias me ha dejado un plan de vida bien definido para el día a día, no para mañana o para un año, sino para el ahora.
Aunque todos decidimos y queremos ser felices, no entendemos que la felicidad no es un fin. Ser feliz es una filosofía de vida que se enriquece cada día de los detalles, de dar amor, de hacer lo que nos gusta, de mantenernos aprendiendo, de saber decir adiós y hola a nuevas personas, de ignorar las malas vibras y gente negativa y de conocer lugares (por mi parte viajar de manera indiscriminada), pero sobre todo de ser uno mismo, de querernos y respetarnos.
Cada una de estas acciones nos hacen comprender mejor la vida. Ya en mis 44 he aprendido que la vida no se vive de intención, sino con acción. No te quedes a esperar, sal a buscar, y no te limites.