Una cosa es igualitarismo y otra es igualdad. Si tomamos a dos personas que no tienen la misma fuerza y los ponemos a cargar el mismo peso, eso es igualitarismo, pero está muy lejos de ser igualdad.
Si llevamos esto al plano de los impuestos, podemos ver cómo se aplica el igualitarismo con más frecuencia que la igualdad.
El ITBIS, por ejemplo, es un impuesto igualitarista, pues aunque “todos pagamos lo mismo”, no todos ganamos lo mismo. Por lo tanto, impacta más a quienes menos ganan.
Les explico mejor. El ITBIS grava el consumo y, aunque quien gana más, gasta más, lo cierto, es que mientras menos una persona gana mayor es la proporción de lo que gasta. Quien gana 25 mil pesos al mes, lo gastará todo en: comida, alquiler, servicios, entre otros.
El que gana 200 mil gastará una parte, invertirá otra y ahorrará otra. Quien gana millones, gastará apenas un pequeño porcentaje.
Esto es así, porque no es verdad que alguien que gana 10 veces más, comerá diez veces más o hablará por celular 10 veces más o echará 10 veces más combustible. Y, qué decir de los que transfieren sus gastos personales a sus empresas para deducirlos del impuestos sobre la renta, al final no pagan nada de ITBIS.
Un ejemplo grotesco del igualitarismo es el marbete, en el que un vehículo de 10 millones paga lo mismo que uno de 500 mil. Pagan “lo mismo”: igualitarismo.
La igualdad sería pagar proporcionalmente lo mismo, es decir, que el de 10 millones pague 20 veces más que el de 500 mil.
Y, es lo justo, pues quien tiene la capacidad de comprar un carro más caro debe tener la capacidad de pagar más impuestos.
Es momento de que vayamos pasando de un sistema de impuestos de tendencia igualitarista a un sistema de tendencia igualitaria y equitativa.
El problema es que quienes más tienen son los que están más organizados y, quienes más influyen, en los que toman las decisiones.
El tema es… ¿Quién le pone el cascabel al gato?