Muchos admiramos la vida de los santos y los veneramos por su ejemplo de vida. Todos estamos llamados por Cristo a vivir la santidad. Algunas prácticas pueden guiar este camino.
Ellas orientaron a los santos de ayer y de hoy. Son la conversión, la fe inquebrantable, el sacrificio, la humildad, la entrega y el sentido de misión.
1. Conversión: una conversión profunda que transforma la vida hace abandonar los hábitos del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo. San Pablo es el gran ejemplo de un santo que se convierte radicalmente a Cristo después de haberlo perseguido con la misma pasión que lo defendió hasta morir por Él. Sin conversión auténtica no hay santidad.
2. Fe inquebrantable: para alcanzar la santidad hay que tener una fe inquebrantable en Dios. Una fe a toda prueba que lleva a ser luz en medio de las tinieblas, a ser sal de la tierra en el mundo en el que le toca vivir en el testifica los valores del cielo.
3. Sentido de misión: la santidad se vive en la entrega, el servicio a los que sufren, que, para el santo, son los rostros del Jesús Crucificado, pero también la esperanza del Cristo Resucitado.
Los santos trascienden porque descubren la misión de su vida y ponen toda su existencia a favor de una causa. Hoy son nuestros referentes porque comprendieron que la verdadera grandeza está en darse a los demás, no en el poder o la vanagloria personal.
4. Sacrificio: la vida de los santos no es color de rosas. Es de sacrificios y sufrimientos. No obstante, la santidad no es masoquismo, dolor inútil o neurosis. El dolor de la santidad se asocia a incomprensiones de la misión, a persecuciones y hasta martirio por defensa de la fe y de los principios.
En medio del dolor, los santos encuentran las fuerzas para vivir en alegría porque su confianza está puesta en el Jesús por el que incluso están dispuestos a dar la vida.
5. Humildad: la humildad es ruta de la santidad, porque Dios no está en la soberbia ni en la prepotencia. Donde hay sencillez florece la espiritualidad. San Francisco de Asís es un testimonio de que de los humildes es el Reino de los cielos.