El buzón de las impuras: estigma de una tragedia
El reputado médico forense dominicano Sergio Sarita Valdez escribió no hace mucho para un prestigioso diario del país, un interesante artículo titulado “Hablan los cadáveres”, en el que planteaba: “Es cierto que los muertos hablan, pero estos ameritan de interlocutores capacitados y con vasta experiencia, imbuidos de profunda formación ética profesional, a quienes el oro corruptor, ni intereses particulares, los lleve a desviar la mirada de las evidencias que aporta el cuerpo sin vida”.
Esta aseveración del Dr. Valdez, enmarcada dentro del contexto de la medicina legal, procura investigar las causas de muertes violentas o sospechosas, que sea de interés para un proceso judicial, para con cuya pericia determinar si hubo o no, manos criminales que dieran al traste con la vida de una persona determinada.
En ese contexto, pero desde el punto de vista sociológico, podemos agregar: “no solo los cadáveres hablan, también hablan los cementerios”. Esas ciudades de silencio, cuando se auscultan con detenimiento, alzan vigorosamente su voz para contarnos ricas y fascinantes historias guardadas celosamente, convirtiéndose estos, en lugares de interés socioculturales que en muchos casos son patrimonios culturales y antropológicos que consolidan las historias de los pueblos.
Recientemente, en la investigación que realizara para el libro “Tras el velo del olvido”, tuve que ir al Cementerio General de Santiago de Chile, en la comuna de Recoleta. Estando allí, me llamó poderosamente la atención un imponente monumento levantado justo al frente, en la Plaza La Paz. En su placa distintiva se leía: “A las víctimas del incendio de la iglesia de la compañía, 8 de diciembre 1863”. Sin pérdida de tiempo, abrí mis ojos, y tomé nota para hurgar sobre ese acontecimiento centenario, que motivó tan significativo reconocimiento.
Ese día, estuve ante el “Monumento al Dolor”, como se le conoce a esta impresionante obra de arte. Fue levantado en honor a las víctimas del incendio de la iglesia de la Compañía en Santiago de Chile el 8 de diciembre de 1863. Es una escultura de mármol que conmemora esa tragedia que cobró la vida a más de 2000 personas. La escultura, diseñada por Albert-Ernest Carrier-Belleuse, representa la figura de una mujer que expresa el dolor y el sufrimiento; bajo ella se encuentran los restos de las víctimas del incendio, la mayoría mujeres, que fueron imposibles de identificar.
Fue así, en esos afanes investigativo que conocí de Francisca Solar, una joven talentosa, periodista y escritora chilena, quien en esos días publicaba una novela histórica titulada “El Buzón de las Impuras” (Editora Umbriel-18 de junio 2024), basada en ese trágico acontecimiento de la historia chilena de mediados del siglo 19.
Esta novela histórica resultó de mi interés, misma que devoré con inusual avidez, y cuyo título atrevidamente he tomado prestado para este articulo. No para su análisis, sino para retrotraer sucintamente aquel aciago capitulo contenido en la historia del país andino, que aún permanece indeleble, como un negro crespón en el corazón de todos los chilenos; y que Francisca Solar en esta obra, procura borrar el estigma con el que más allá del tiempo transcurrido, ha marcado a las mujeres víctimas de esa horrible pesadilla.
Harán ya 162 años de este acontecimiento. El archivo de la memoria histórica de Chile conserva tres cartas: 1-Carta anónima, 2-Carta de Pedro Félix Vicuña a su hija Luisa, 3- Carta de Rafael Valentín Valdivieso al Obispo José Hipólito Salas. Epístolas memorables que con crudeza relatan los hechos y me permito compartir un fragmento, la del Arzobispo de Santiago Rafael Valentín Valdivieso, enviada el día después a José Hipólito Salas, Obispo de Concepción:
“Mi venerable hermano y amigo: La iglesia de la Compañía, ayer adornada con los más ricos atavíos que tal vez se han visto en Santiago, hoy no es más que ruinas, y lo que es mil veces peor, cubierta de cerros, materialmente hablando, de cadáveres calcinados los más y otros con sus vestidos intactos, sirviendo de base a esas moles carbonizadas. Iba ayer a las seis y tres cuartos de la tarde a principiarse el último día del Mes de María, los preparativos para encender la increíble multitud de luces se ejecutaban por muchos sacristanes, uno de los cuales tuerce una lámpara; ésta da fuego a las flores de mano que había cerca y casi instantáneamente se incendia el altar, el techo y la iglesia toda.
Ésta se hallaba llena de gente y la misma multitud introdujo el desorden, luego se atascaron las salidas y ya no fue posible dar auxilio a los que venían detrás. Todas las puertas estaban abiertas, se hacían los mejores esfuerzos para salvar a las infelices que clamaban por auxilio; y todo era en vano, porque la masa de gente era tan compacta que más bien se conseguían sacar miembros a pedazos que aflojar aquel muro de cuerpos asfixiados. Casi no hay familia que por algún motivo no lleve luto, y en los semblantes de todos se pinta el pavor que ha causado este horrible acontecimiento”…
Según se cuenta, lo único que se pudo rescatar del las cenizas fueron las campanas y un buzón. El buzón en su interior contenía cartas, en las que se leían confesiones piadosas hasta declaraciones íntimas y, según algunos rumores, incluso insinuaciones dirigidas a miembros del clero.
A este buzón se le llamo desde entonces «El buzón de las impuras» o «Buzón de la Virgen», que era utilizado por las integrantes de la congregación de las Hijas de María para depositar cartas anónimas dirigidas a la Virgen, en las que según se relata expresaban sus arrepentimientos, secretos y peticiones, y que sirvió de base para la reciente novela de la que he hecho referencia.
Esta tragedia conmocionó al mundo, tanto así que Estados Unidos, inmerso en la Guerra de Secesión hizo un alto y, esta noticia ocupó primeras plana en la prensa estadounidense. Además esta tragedia impulsó reformas políticas y sociales en el estado tales como: la creación del Cuerpo de Bomberos, mejora en la seguridad de las edificaciones públicas y la secularización parcial del gobierno.
Les invitamos a leer: Discurso en circulación del libro “Tras el velo del olvido”
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