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El buen ladrón

En la familia tradicional dominicana solía estar presente un juicio moral severo contra el robo, el cual era extendido a la siguiente generación con salmodias en ocasiones fuertes, como estas: hasta ahora hemos sido pobres, pero honrados; en esta familia, ni cobardes ni ladrones; si por causa del destino matas a alguien, estaremos contigo, si robas, no. 

En el fondo se puede advertir el rumor de algo, como una ideología, en las aguas tranquilas del respeto por lo ajeno, por los bienes del otro, incluidos el marido y la mujer.

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La honradez personal pudo haberse sostenido de esta manera cuando la sociedad dominicana tenía un carácter, digamos, familiar; cuando el vecindario era, en alguna medida, corresponsable en la formación del buen carácter de los críos.

Hasta mediados los años 70 del siglo pasado la sociedad dominicana era, en términos numéricos, rural, y en términos sociales, rural entera, hasta los días de la Era de Trujillo, en vista de la doble condición de los habitantes de pueblos y aldeas, o los vínculos predominantes de estos con los modos de producción agropecuarios.

A esta suerte de ideología de la honradez y a la empeñosa dedicación de los mayores por inculcar en los niños y adolescentes el respeto por los bienes ajenos, se opone una tradición mayor, pero lejana, en vista de las limitaciones culturales, en las que se puede encontrar una corriente ideológica de justificación del robo cuando este tiene un fin altruista.

Dimas, el bandido crucificado a la derecha de Jesús, no es un ladrón, es un buen ladrón con fecha en el santoral (véase en Lucas, Mateo y los apócrifos).

Robin Hood, el de la leyenda inglesa, no es un ladrón, es un arquero formidable con el hábito trascendente de quitarles a ricos para darlo a pobres.

Alibabá no es el número 41 de una banda de feroces bandidos, es el líder de 40 ladrones dueño de una cueva rellena con riquezas alucinantes.

Un poco más acá y de la vida real, Trujillo no era un vesánico, usurpador de instituciones y codicioso de bienes de particulares y del colectivo, era un benefactor, un padre de la patria; Pablo Escobar fue un héroe, el apresamiento de Quirino provocó procesiones de Elías Piña a la Capital para presionar a jueces. Los valores, sin duda, han sido trasvalorados.

¿Apropiarse de los bienes públicos, es robar? ¿Desde cuándo y por qué? ¿Cuándo nos robaron la ideología de la decencia y pusieron en su lugar el ícono del buen ladrón? Yo no sé (Los Heraldos Negros).

¿Puede haber un buen ladrón? Si nos atenemos al relativismo moral de la política, vendríamos con José Ortega a justificar cualquier fortuna. Para Pierre Joseph Proudhon, en cambio, el mundo está lleno de ladrones, incluidos usted y yo… y ninguno es bueno.

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