Por principio jamás podría estar yo de acuerdo con los abusos que está cometiendo Rusia en Ucrania ante la posibilidad de que esta nación vecina se integre a la OTAN.
Sin embargo, tampoco comparto el cerco que desde siempre promueven las potencias occidentales sobre el país más grande de la tierra (17 millones de kilómetros cuadrados).
Lo de hoy es comparable con la llamada crisis de los misiles, cuando a principios de los años 60, la URSS estaba instalando unos misiles en Cuba. Lo mismo, casi.
Mientras Rusia por un lado, y Estados Unidos junto a sus incondicionales europeos por el otro, ejecutan una danza macabra en la que ambas potencias buscan imponer su punto de vista, sin que a ninguno les importe el sufrimiento que causa esta partida de ajedrez.
En este momento el mundo entero, incluidos países lejanos como República Dominicana, sufre las consecuencias, pagando combustibles y alimentos más caros. Y lo que es peor: ya los muertos se suman por cientos en suelo ucraniano.
Estados Unidos, que está impuesto a jugar con fuego, sobre todo lejos de su casa, decidió desde hace años estrechar el cerco con misiles sobre Rusia, invitando a formar parte de la poderosa alianza militar que representa la OTAN a varios países de la antigua órbita soviética con el plan de contener el avance de los rusos.
Esta vez, sin embargo, la situación luce más complicada. De hecho, azuzar el fuego en Ucrania podría resultar tan costoso a Estados Unidos como yo espero le salga a Rusia, por el abuso que está cometiendo allí.
Me explico. Mientras estuvo en vigencia la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS 1922-1991), Estados Unidos jugó a ahogar económicamente a su archienemigo y finalmente lo logró a principio de los 90, con la desintegración del bloque conformado por 15 países. Y para eso no usó bombas atómicas. Utilizó el avasallante poder del dólar.
Los norteamericanos hoy vuelven a jugar esa carta. Pero está claro ya que las duras sanciones impuestas a Rusia ya están teniendo efectos no deseados para sus aliados europeos que precisan del gas ruso; y para los propios norteamericanos también, que hoy están comprando la gasolina a precios exorbitantes, en algunos casos por encima de 5 dólares el galón.
Y esto apenas empieza. La inflación en Estados Unidos está en el nivel más alto de los últimos 30 o 40 años.
Lo que funcionó durante la Guerra Fría necesariamente no sirve ahora. Rusia no es Cuba, ni siquiera se puede comparar con los tiempos de la URSS.
Por eso lo que hasta hace una semana parecía impensable, acaba de producirse: una delegación enviada por Joe Biden viajó a Venezuela a reunirse con el real presidente de ese país, Nicolás Maduro, porque necesita su petróleo, y sabemos que para los gringos “business is business” (negocio es negocio). Aquí no hay pruritos. Y debemos reconocer que en eso son los mejores, no juegan con sus intereses.
Mientras rusos, europeos y gringos buscan como salir del atolladero, hay un espectador-gladiador preparado para seguir ganando espacio: China, que de seguro ya está fabricando un nuevo juguete para los próximo reyes: el boomerang ucraniano.
Lo sensato es que haya un entendimiento. El mundo no necesita más guerras, sino más colaboración y tolerancia para una convivencia pacífica.