El arte de los indicios

El arte de los indicios

El arte de los indicios

En los medios de comunicación se ha anunciado un laboratorio de huellas balísticas. No es la primera vez que es noticia en el país un avance del mundo criminalístico.

Le recordamos el proyecto de ley sobre la creación de una a base de datos para el registro de las huellas digitales genéticas mediante el análisis de adn. Su proponente, el actual senador por la provincia de Azua.

El primero, laboratorio; el segundo, archivo: ambos son la base de la investigación criminal. Considérese que ambos pueden ser archivos criminales, en pos del servicio social de la lucha por prevenir e identificar el delito y el delincuente.

Si el indicio es la prueba de que algo existe, entonces la criminalística es una técnica de la realidad. Y los indicios –ya como evidencia material de los hechos–, al relacionarse con la experiencia humana conformar un arte, una pericia, en un nivel tan elevado que prácticamente ´hablan´ cuando se emplea la metodología correcta. De ahí la frase: “los indicios son los testigos mudos que no mienten.”

Gracias a las evidencias, su función dentro del saber criminalístico, las ciencias que descubren y localizan los indicios, pudo denominarse evidenciología o indiciología. ¿Por qué no, entonces? Bueno, pues, los indicios no son un fin en sí mismos, sino un medio para construir una razón, la verdad formal de lo que ha acontecido en la lógica del tiempo.

Los indicios son vestigios, huellas; son una iniciación.

La criminalística, en cambio, está definida por otras funciones, como la de manejar las pruebas. Cuando decimos, “la prueba no habla por sí sola, hay que ponerla a hablar”, o “las pruebas no se cuentan, se pesan”, lo que se quiere indicar que existen principios causales y formalísticos que contribuyen al conocimiento del hecho en cuestión.

Eso es lo básico de la criminalística: la identificación, tanto de las pruebas, como de los sospechosos.



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