MANAGUA, Nicaragua. Con alguna frecuencia, la nostalgia, los rostros de personas, paisajes y recuerdos que nos hacen pensar de forma indeclinable en la Patria distante, nos estremecen el espíritu.
Uno medita que el destino de la tierra que nos vio nacer ocupa un lugar muy especial e importante en nuestras vidas.
En Nicaragua, esta tierra que nos ha acogido, resulta en verdad admirable cómo la Patria siempre se encuentra en primer lugar en el ánimo colectivo y en el espíritu de las autoridades. El amor por lo propio hace reaccionar a los nicaragüenses con extremo vigor ante cualquier intento contra su integridad y libre albedrío. Para los hijos de esta tierra la Patria es sagrada e intocable.
Sus símbolos, su historia, sus ideales, ocupan y desbordan su mente y su corazón. Quien trata de herir la Patria, los tendrá siempre de frente y en pie de guerra.
Rememoro una prolongada conversación que sostuve con un amigo que recién llegó de República Dominicana. Con alguna tristeza, me describió situaciones y actitudes que lo deprimieron. Me dijo, tras meditarlo con detenimiento, que nuestro proceder, individual y colectivo, no parece ir en muchas ocasiones en armonía con los intereses fundamentales de la nación.
Mencionó, entonces, al presidente Abinader a quien calificó como admirable por sus propósitos e ideales. “El país comprendió de inmediato, al escuchar y seguir a este hombre, que necesitaba con urgencia un dirigente que procediera al margen de lo tradicional.
Una persona interesada seriamente en su Patria y su destino, un guía que, junto a lo mejor del pueblo, rescatara la nación de sus graves males pasados y presentes”.
El ejecutivo ha sido consecuente con esta esperanza: Concedió libertad e independencia al poder judicial con el evidente propósito de castigar a los depredadores de los recursos públicos. Inició un proceso orientado a reformar de manera profunda las instituciones, y entre ellas la policial, tantas veces puesta en tela de juicio. Inició el muro en la frontera.
Procuró demostrar con los hechos la factibilidad de que el Estado sirva al engrandecimiento de la Patria y que sus instituciones protejan al ciudadano de los poderes fácticos que inciden de manera determinante en el destino de todos y a los que solo importan sus particulares intereses.
Con su conducta nos quiso dejar claro que el ideal de cada dominicano debe ser Juan Pablo Duarte, su desprendimiento, su infinita grandeza, su humildad, su espíritu de sacrificio. Duarte, como ejemplo máximo de amor por su Patria.
No obstante, esos loables propósitos del Ejecutivo han tenido que enfrentar una marcada resistencia a muchos niveles. No es preciso hacer una profunda radiografía de la realidad nacional para tropezar con el hecho de que los intereses creados, particulares y a veces colectivos, asoman por todas partes y que adelantar proyectos de profundo sentido nacional es extremadamente difícil y complejo en un ambiente tan desbordado de egoísmos y apetitos como el que vivimos o padecemos desde hace tantas décadas.
En estos momentos, se impone la fe y la vocación patriótica. La fe hacia el rescate de las mayorías olvidadas, el imperativo de desarrollar el país, pero un país para todos y no para grupos de gente poderosa y enriquecida hasta el hartazgo. Como afirmaba aquel editorialista, esa es la esperanza de hoy.