He estado reflexionando sobre el amor; ha sido definido de muchas formas; un diccionario dice que es un “sentimiento que experimenta una persona hacia otra y se manifiesta en el deseo de su compañía y en el de compartir sus alegrías y sufrimientos”.
Bueno, diría que es un sentimiento sin frontera, hermoso, relajante, fructífero, que se puede expresar en los detalles más elementales y da alegría; es un baño al alma, que tiene el mágico encanto de serenar el espíritu y volvernos generosos, pero no hacia una persona sino hacia todas. Mueve a comprender, perdonar, a buscar lo mejor del yo interior, para entregárselo a la humanidad.
El amor es la esencia, la clave de la paz y debe estar en todas las actitudes y acciones del diario vivir. Con el potencial del amor se nace; si se desarrolla, surge un árbol frondoso, capaz de resistir todas las tormentas; es un sentimiento tierno, desinteresado, pero que da fuerza; es tan especial, que mueve a tenderle las manos a quienes te hieren, a los infelices; no lo detiene las bofetadas de la vida.
Es difícil ayudar a quienes se resisten a recibir y expresar amor, pues tienen otras prioridades, derivadas del orgullo, el poder, la ambición, lo material, ¡dan pena!, son quienes más lo necesitan.
El amor no se vende; lo esgrimen, los seguros de sí, los desinteresado; traspasa muros buscando el alma de los confundidos, para ayudarlos. Si cada ser humano fumigara con amor su entorno, el mundo fuera un bello jardín; no olvidemos que es la vía de acercarnos a Dios, de imitar su hijo, Jesús.
Lamentablemente, muchos orgullosos, se resisten a explotar el potencial del amor, aunque se autodestruyan; suelen burlarse y mal interpretar los que aman, los hieren sin piedad. Son tan infelices, que les dan prioridad a otros sentimientos; no saben que la vida se desliza suavemente, cuando la conduce el amor; olvidan que es una y Dios observa.
Indiscutiblemente, el amor no es para expresarlo a una sola persona, familia, es a todos los seres vivientes. Los dirigentes nacionales del sector político, económico, social, cultural, religioso deben saber amar, para que arropen la población, sin discriminación; no aman el pueblo, quienes lo utilizan para alcanzar otros fines. Si los líderes, se unieran para sacar las yerbas malas y regaran amor, la cosecha sería bienestar general, armonía, tranquilidad, no guerra de intereses.
Duele ver padres de familias enseñando los hijos a almacenar cosas; a amar lo material, el dinero, el poder, en lugar de educarlos para que vivan tranquilos, compartiendo amor, donde quiera que se encuentren; cooperando con sus ideas y acciones, en la formación de un mundo donde reine la justicia, la paz, donde realmente sean útiles a la sociedad.
Indiscutiblemente, el amor serena el espíritu; enseña a ser feliz con pocas cosas, a ayudar el prójimo, sin esperar nada a cambio; nos vuelve generosos, comprensivos, mejor ser humano. Desempolvemos, ¡liberemos el amor!, para vivir en armonía con los demás, para alcanzar unidad, progreso, paz; el amor debe ser el motor que mueva la humanidad.