El alma que se orienta florece en sentido, propósito y plenitud

Todos debemos tener la certeza que el alma que se orienta florece en sentido, propósito y plenitud, y para explicar esta afirmación les quiero compartir la fábula del roble y el viento.
Cuenta esta antigua fábula que un roble gigante, de raíces profundas y ramas extendidas, resistió mil tormentas sin quebrarse. A su lado, un árbol joven le preguntó un día cómo lograba mantenerse en pie ante tanta fuerza del viento. El roble respondió:
–Porque sé para qué existo: no solo para crecer, sino para sostener el canto de los pájaros, ofrecer sombra al caminante y resistir con dignidad el paso de los siglos.
Muchos seres humanos viven como ese árbol joven: se balancean con los vientos de la vida, sin saber del todo por qué están aquí, ni hacia dónde se dirigen. Pero cuando el alma descubre su propósito, algo florece por dentro.
La vida deja de ser una lucha por sobrevivir y se convierte en una oportunidad para servir, amar y crecer con sentido.
Más allá de los logros: el propósito como raíz del bienestar
La filosofía antigua ya lo decía: no basta con vivir, hay que saber para qué vivimos. Aristóteles llamó eudaimonía a ese estado de plenitud que se alcanza cuando el ser humano actúa conforme a su razón, virtud y propósito. No es simplemente “ser feliz”, sino vivir una vida con sentido, donde cada acción se alinea con lo que uno considera valioso.
De modo similar, Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, escribió en su obra El hombre en busca de sentido (1946) que el ser humano puede soportar cualquier sufrimiento si encuentra un «para qué».
Según él, la voluntad de sentido es más poderosa que la voluntad de placer o poder. Su logoterapia se basa en la idea de que el sufrimiento deja de ser insoportable cuando está al servicio de una causa superior.
Filosofía y espiritualidad: dos caminos que se cruzan en el propósito
Aunque muchas veces se presentan como discursos diferentes, la filosofía y la espiritualidad coinciden en un punto esencial: el ser humano necesita vivir con sentido. Uno puede llamarlo “telos”, el otro “llamado divino”; uno hablará de virtud, el otro de salvación. Pero ambos reconocen que la felicidad verdadera no se encuentra en el placer fugaz, sino en una vida dirigida hacia algo mayor que uno mismo.
Para Aristóteles, la plenitud (eudaimonía) se alcanza cuando actuamos conforme a la razón y la virtud. La vida buena es aquella en la que nuestras acciones están dirigidas por fines valiosos, no por impulsos pasajeros. Ser feliz, para él, es realizar el propósito más elevado del ser humano.
El cristianismo, por su parte, enseña que el propósito del alma no se agota en lo temporal. Hay una misión inscrita desde la eternidad, y vivir con propósito es responder al llamado de Dios. Como dice el apóstol Pablo:
“Fuimos creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2:10).
La plenitud llega cuando caminamos en ese diseño original.
Esta convergencia toma vida en figuras como San Agustín de Hipona, quien en su juventud fue un buscador incansable de placer, conocimiento y reconocimiento. Se formó en las corrientes filosóficas más prestigiosas de su tiempo, pero ninguna le ofrecía descanso al corazón. Fue solo cuando su búsqueda filosófica se cruzó con una experiencia profunda de fe que comprendió que el sentido no estaba solo en pensar… sino en entregarse a una verdad que es amor eterno.
En sus Confesiones, dejó escrita una frase que ha marcado siglos de pensamiento espiritual:
“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti.”
Agustín no renunció a la filosofía; la iluminó con la fe. No abandonó la razón; la redimió con la gracia.
Así mostró que la plenitud no se encuentra en elegir entre fe o pensamiento, sino en unir ambos en una vida con propósito.
Las metas son puentes hacia el sentido
Las metas no son solo instrumentos para lograr cosas, sino puentes hacia el sentido. Y cuando ese sentido se enraíza en nuestra fe, en nuestros valores y en el deseo profundo de servir algo mayor que uno mismo, entonces no solo avanzamos… florecemos.
Como dijo el apóstol Pablo: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14).
¿Cuál es tu meta? ¿A qué estás llamado? ¿Y qué estás esperando para comenzar a caminar hacia allí?
Cuando el alma se orienta, incluso el viento se convierte en aliado.
Como dice el joven influencer, sigan viendo…
Les invitamos a leer: ¿Por qué tener metas nos hace más felices? El motor interior de la alegría
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Yovanny Medrano
Ingeniero Agronomo, Teologo, Pastor, Consejero Familiar, Comunicador Conferencista, Escritor de los Libros: De Tal Palo Tal Astilla, y Aprendiendo a Ser Feliz