El ajuste de cuentas

El ajuste de cuentas

El ajuste de cuentas

Roberto Marcallé Abreu

Se detuvo frente a la ventana panorámica. Se cruzó de brazos y miró distraído al exterior: Las rosas y flores que embellecían los paseos, la grama impecable, las palmeras.

Miró el cielo azul, las nubes transparentes que se desplazaban despacio. Observó las construcciones diversas del entorno, todas de color amarillo terroso como el soberbio palacio en que se hallaba.

El paisaje empezaba a disolverse frente a sus ojos, pensó con tristeza. En semanas sería un vago recuerdo. El tiempo, imperturbable, imprimía cada instante en nuestro espíritu, instantes que se diluían como una hoja seca que se deshace en fragmentos y polvo.

Volvió el rostro y observó los estantes colmados de libros encuadernados en piel, el amplio y lujoso escritorio, aquella silla tan apetecida y anhelada. Desde allí se realizaban los milagros. Su mágico poder transformaba un hombre común en un semidiós, dueño del destino de millones de almas…

Los días se hacían cada vez más cortos. Lo entristecía la idea de abandonar aquel lugar al que jamás volvería. Recordó los arreglos, maniobras y triquiñuelas para preservar y conservar ese tesoro.

Todo fue inútil. Las puertas estaban cerradas. Sus desesperados afanes fueron desplazados por una palabra que le golpeaba sin descanso en las sienes, que lo abrumaba y amargaba: las consecuencias.

Sí, las consecuencias. Todos debíamos inclinarnos y rezar ante esa palabra mágica, a su implacable significado. Y considerar la otra cara de la moneda, tan estremecedora como era de presumirse cuando llegara la hora de la verdad: la justicia.

Las faltas y pecados…
Retornó nueva vez a aquella silla mágica que acariciaba como rehusándose a decirle adiós. Permaneció aún algunos minutos en silencio mientras cercanos e íntimos se arremolinaban fuera del Despacho para iniciar o finiquitar los jugosos tratos administrativos cotidianos, tan similares y obtusos que le hastiaban y agobiaban.

¿En qué momento –se preguntó entonces- ideas y programas que alguna vez él hizo suyos empezaron a abandonarse? ¿Aquellos criterios bien definidos acerca del correcto proceder? ¿O esos conceptos tan elaborados sobre nacionalidad, inspirados en el sacrificio de los héroes nacionales, o en la justicia social, conocedor como era de esas mayorías hambrientas que observaba en sus recorridos? ¿O en el respeto escrupuloso a la Constitución como se hacía en Estados Unidos, en la vigencia de un sistema judicial riguroso, en las reformas para limitar a gente de poder, castigar las prácticas corruptas y aplicar penas de cárcel a delincuentes, traficantes y asesinos? Pensó, abatido, que todas aquellas creencias se hicieron pedazos contra el piso.

Cerró los ojos y se dijo a sí mismo que una vez fue un soñador. Al despertar se descubrió rodeado de millonarios que le sonreían agradecidos. Tolero a los propios ejecutar maniobras dolosas en verdad escandalosas, a extranjeros con montones de dinero y propuestas dolosas.

A costosísimos y sofisticados planes de “expertos de imagen” para aniquilar adversarios y ocultar fechorías.

Permitió maniobras para que amigos y correligionarios se sumaran a la danza de los millones públicos, dejando la ley y los protocolos a un lado.

Sustituyendo la verdad por la propaganda, priorizando lo improductivo por lo impactante, acopiando millones en préstamos a siniestras entidades financieras internacionales, tolerando vínculos inconcebibles con sectores tenebrosos del lavado y el narco….
Se sintió apesadumbrado.

El fin estaba cada vez más cerca y los yerros eran sumamente graves… Le dolía la cabeza. Pensó “Que sea lo que Dios quiera”. Sintió que en minutos envejecía años, que carecía de vigor y que un temor creciente le provocaba temblores en las manos.
No tengo futuro, se dijo. Cerró los ojos y empezó a imaginar cosas.



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