El aborto: derecho vs. derecho

El aborto: derecho vs. derecho

El aborto: derecho vs. derecho

El arquitecto Yrneh Manzueta es un erudito obstinado. Un inquieto social, trilingüe consagrado, quien además de artista del diseño es abogado, que estudia, incansablemente, día a día y hora a hora.

Tiene maestrías en Planificación, Prospectiva y Teoría del Caos, y encuentra tiempo, también, para dedicarse a la agricultura allá en sus fecundas tierras de Nagua.

Pues en días pasados me envió unos enjundiosos comentarios a través de la red los cuales recibo como un rico aporte suyo a la lucha por el ideal Pro-Vida y como una vacuna que deberá ser socialmente efectiva contra el crimen del aborto.

A continuación transcribo en esencia, aunque en mis palabras, el metódico y muy pertinente mensaje que él me envía. Veamos:

Existe sobrada evidencia –dice mi amigo- de que la vida empieza en el mismo momento de la fecundación. Los conocimientos más actualizados así lo demuestran.

La Biología Celular explica que los seres pluricelulares se constituyen a partir de una única célula inicial, el cigoto o zigoto, en cuyo núcleo se encuentra la información genética que se conserva en todas las células y que es la que determina la diferenciación.

La Embriología describe ese desarrollo y revela cómo esto se desenvuelve sin solución de continuidad. El cigoto es, a todas luces, la primera realidad corporal del ser humano.

El aborto, por su parte, es un drama de dos víctimas: una que muere y otra que sobrevive aunque sufra a diario las consecuencias de una decisión irreparable.

Quien aborta es siempre la madre, y, por tanto, es necesario que las mujeres que pretendan abortar conozcan de antemano las secuelas dañosas no solo físicas sino especialmente psicológicas de tal acto y hagan consciencia del particular cuadro psicopatológico conocido como “Síndrome post/aborto”, cuadro depresivo, con sentimientos de culpa, pesadillas recurrentes, alteraciones de conducta, pérdida de autoestima, impulsos suicidas, etc.

Uno de los argumentos de quienes propugnan por el aborto es que la mujer tiene derecho sobre su cuerpo y, por ende, sobre la continuación o el término de lo que se considera ‘su’ embarazo. Y alegan, además, que ese es un asunto que pertenece a su vida privada y que sobre él solo ella debe decidir.

Esos argumentos, sin embargo, podrán sostenerse o derrumbarse, dependiendo de lo que pensemos acerca de la naturaleza del embrión.

Lo primero es entender y aceptar que el DERECHO A LA VIDA de un ser humano está por encima del derecho a la privacidad de todos los demás seres humanos. Así, si el feto es una vida humana, nadie tiene derecho a disponer de él, ni siquiera la propia madre.

Es erróneo pues, pensar que porque se encuentre geográficamente en su vientre, el feto es una propiedad o parte integrante del cuerpo de la madre como sería, por ejemplo, el riñón, o el páncreas, y que por ello pueda ésta decidir su extracción.

La verdad es que en el momento de la concepción, 46 genes se combinan: 23 de la madre y 23 del padre. Y dan inicio al desarrollo de una individualidad distinta a la de los dos procreadores.

Después de dos semanas ya se pueden escuchar los latidos de un pequeño corazón el cual pone en circulación la sangre dentro del embrión. Sangre que no es la de la madre sino la que el bebé ya está produciendo.

Después de seis semanas, el embrión ya0 tiene algún desarrollo, sus dedos se han formado en las manos, y desde los 43 días tiene ondas cerebrales detectables. Ya para entonces el embrión se está moviendo aunque la madre aún no lo perciba.

A las nueve semanas el feto ha desarrollado unas huellas dactilares propias y únicas. Y en ese momento, su sexo ya comienza a distinguirse.

A la décima semana los riñones ya se han formado e incluso ya están funcionando, así como la vesícula biliar.

A finales de la duodécima semana –sigue diciendo el amigo- todos los órganos del cuerpo ya están en funcionamiento, y el bebé ya puede llorar. Todo ello ocurre dentro de los primeros tres meses del embarazo.

Y se necesita ser extremadamente descreído para no admitir que es una nueva vida lo que se ha gestado y que nadie puede creerse con derecho a troncharla ni siquiera la dueña del útero en que el bebé se cobija.

Si un niño se encuentra dentro de la propiedad privada de alguien, no por eso tiene ese alguien derecho a quitarle la vida.

Y si no podemos matar un niño que ya ha nacido ¿quién nos da derecho a matarlo antes de que nazca?, ¿por qué sería crimen matar a un niño cinco segundos después de nacido y no lo es también cuando se le mata cinco segundos antes, o un mes o seis u ocho meses antes de nacer?

¿Quién determina tan macabra asimetría?
Entendamos pues que solamente Dios puede disponer de la vida de un ser humano desde que esa vida es concebida. Por tanto, legalizar el aborto, o despenalizarlo en algún grado, no es más que ir en contra de la Ley de Dios, es desobedecer como si fuésemos Satanás, aquel ángel contestatario, sedicioso e inconformista, y sería tomarnos atribuciones divinas que no nos corresponden.

El aborto pues, es aplastar el derecho a la vida en favor de un mezquino derecho a la privacidad, y es, por tanto, crimen ante DIOS y ante el género humano.



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