Recordarán los compañeros del Congreso Cívico, que en las actividades de campaña que ese movimiento organizaba junto a la Coalición Democrática, decía yo con frecuencia en mis discursos, que cuando el peledeísmo saliera del poder, dejaría el país igual a como quedó Egipto después de las siete plagas de la leyenda bíblica.
Desgraciadamente acerté en mis predicciones y aquí está el panorama que el presidente Luis Abinader y su gobierno han heredado.
Un país endeudado hasta el extremo de que ya casi las dos terceras partes del Producto Interno Bruto están comprometidas con los compromisos de la deuda externa.
Casi todos los viejos males agravados, un Estado escaso de recursos, una institucionalidad en quiebra, y como marco general de todos esos problemas, dos factores difíciles de medir en su verdadera magnitud: La pandemia del coronavirus que azota implacablemente a la población y una crisis moral que ya conspira seriamente contra las posibilidades de supervivencia de los valores que forjó nuestro pueblo a lo largo de su propia historia.
Lo peor es que, como pandemia al fin, la solidaridad internacional se ve limitada porque cada país tiene como prioridad luchar contra ella en su propio territorio. Por eso y entre paréntesis, tiene tanto valor la actitud de Cuba, que, además de cumplir con su deber primordial de proteger su propio pueblo, ayuda con singular desprendimiento a otros países.
La situación de la República, su gobierno y principalmente su pueblo, es muy difícil y el presidente Abinader tendrá que hacer del combate a la pandemia su principal tarea. Con tantos problemas sociales pendientes y tantas demandas justas insatisfechas.
En cuanto a la plaga del saqueo de los fondos públicos, las consecuencias no pueden ser peores. Ese vicio, causa eficiente de la bancarrota política del pasado gobierno, mantiene al país bajo conmoción, mientras más se conocen los desastres que el caballo de Atila de la corrupción ha dejado a su paso.
Gracias que la conciencia moral de la nación pudo preservarse, pero el daño ha sido tan profundo, que para repararlo debidamente, se necesitará de una firme voluntad de hacer justicia y del carácter del presidente para poner los debidos ejemplos cuando la plaga de esa corrupción amenace con sacar la ponzoña en el nuevo gobierno. El presidente ha prometido esa actitud y ojalá le haga al país el gran servicio de cumplir con su palabra.