Lady Reyes, editora de Vida y Estilo, periódico El Día.
A medida que vamos creciendo nuestra mente nos hace malas y buenas jugadas tirando al saco del olvido lo que no usamos en el día a día. Sin embargo, hay personas, acciones y hechos que nunca logramos olvidar, a menos que empecemos a padecer de Alzheimer, Dios nos libre.
En mi caso, una de esas personas que está grabada con tinta indeleble es Sor Vicenta de Mota Santana. No la veo con regularidad, pues, cuando crecemos y asumimos las responsabilidades propias de un adulto, el tiempo se nos “achica”, pero sus enseñanzas, unidas a la paciencia y amor con las que nos educó, corrigió y acompañó durante 4 años en el Politécnico María de la Altagracia de Villa Duarte (Pomavid), nunca serán olvidarlas ni tampoco queremos hacerlo.
El sábado pasado, unos cuantos compañeros del Pomavid, emprendimos un viaje a La Vega, donde sorprendimos a Sor Vicenta para acompañarla en la celebración de sus 50 años de ordenación en la congregación de las Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha. Sus hijos, como nos dice con esa tranquilidad y alegría que le caracteriza, desfilamos, en la Catedral de la Inmaculada Concepción, sosteniendo la bandera de la casa que la acogió con apenas 19 años.
Una hermosa y emotiva eucaristía donde se rindió homenaje a esta maravillosa mujer que se consagró a Dios y nunca ha perdido la gracia del Espíritu Santo ni los deseos de servir a su prójimo. Hoy lo sigue haciendo al cuidar los adultos mayores del Centro Geriátrico San Joaquín y Santa Ana de La Vega, junto a las demás hermanas. Estas líneas van para esa mujer que ama entrañablemente a su iglesia y que ese amor lo ha rociado a todos los que nos ha tocado la suerte de conocerla. En las aulas, ella me enseñó que educar es sinónimo de amar.
