Nuestra República Dominicana muestra constantemente facetas diferentes, que si no eres un observador agudo podrías confundirte con facilidad. Se nos cataloga como país del tercer mundo, con una economía en evolución positiva y aspiraciones de convertirnos en país desarrollado, líder de la región y modelo para otras naciones.
Ese es el país de la economía A. La nación que recibe elogios por mantener políticas fiscales prudentes de parte del Fondo Monetario Internacional.
El país con una economía que se predice habrá de crecer este año un 4 %. Se espera que para el presente 2025, el turismo registre cifras récord generando más de $21 mil millones de dólares y con unos 11.5 millones de visitantes.
El total de ingresos por divisas recibidas como remesas en los primeros 9 meses del año alcanzan los US$8,900 millones y se espera cerrar el 2025 con unos US$11,700 millones. Estos resultados e ingresos permiten al Gobierno gastar sólo en publicidad este año un estimado de RD10,200 millones, unos RD$1,500 más que el año anterior.
Pero resulta que en el país también hay una economía B. Esa economía se caracteriza por un nivel muy pobre de inversión en infraestructuras públicas, un sistema escolar de dudoso resultados, con un alto grado de deserción donde se privilegia más los benéficos para el docente que la calidad de la enseñanza. Encima de eso, un desarrollo basado en gasto social en vez de productividad.
Como resultado de esa economía B se afirma que hay más de setenta y cinco mil puntos de bancas de apuestas y que en realidad nadie sabe la cantidad exacta. Para respaldar esa masiva estructura del juego, se apuesta más de RD$350 millones diarios en 21 sorteos cada 24 horas.
Cada uno de nosotros deberíamos preguntarnos no sólo a cuál economía pertenecemos, la economía A o a la economía B, sino también cuál de las dos es la deseada para que el país pueda progresar en oportunidades e igualdad.