Dulce et decorum est pro patria mori

Dulce et decorum est pro patria mori

Dulce et decorum est pro patria mori

David Alvarez

Quizás Horacio entrevió el poder de sus palabras, pero no un cálculo de los millones de muertos que la Patria ha provocado.

La cuestión no es si alguien decide inmolarse por la patria, la fe, la raza, el género, el socialismo o la comida vegetariana, para eso existe la libertad personal.

Lo grave, lo indecente, lo inhumano, son los millones y millones de seres humanos que han sido asesinados por psicóticos que no admiten que otros piensen distinto, tengan otro color, hablen otra lengua, otras creencias o sientan diferente a ellos. ¡Y muchos de esos enfermos mentales son considerados hoy como héroes!

Estamos hechos para la vida, no para la muerte. No nacemos para inmolarnos, si no para amar y servir a los demás congéneres, y si en algún momento tiene sentido arriesgar la única existencia que conocemos, es por otros seres humanos, de carne y hueso, especialmente por aquellos más débiles.

Más que a Horacio debemos hacerle caso a Terencio: Homo sum, humani nihil a me alienum puto.

En el Evangelio de Juan (10: 10) dice Jesús: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.
En cambio gran parte de la prédica cristiana está obsesionada con la muerte, como si el Cristo no hubiese Resucitado.

Las izquierdas latinoamericanas en su tiempo sentían con mayor intensidad el deseo de caer bajo las balas del imperialismo que pensar en como ordenar una sociedad más justa.
Paremos la prédica tanatofílica.