Este tema está muy gastado, lo sé, pero no puedo evitar referirme a él. Y nuevamente termino sin comprender cómo es posible que ocurran cosas como ésta.
Un refrán dice que cada quien con lo suyo hace un saco y se mete, pero otro plantea que toda regla tiene su excepción.
De modo, pues, que yo me apego a éste último y me abrogo el derecho de criticar todo lo que parezca absurdo, sin sentido, ridículo y descabellado.
¿A qué viene tanto barullo? Es que acabo de enterarme de que en esta isla de nuestros amores, mientras de un lado existen unos cuantos que se gastan hasta diecisiete mil pesos por un show popular de sólo unos minutos de duración, por el otro lado la inmensa mayoría es tan pobre que se debate entre la vida y la muerte, la miseria y las enfermedades, la pobre educación y las supersticiones.
Como dicen por ahí, es que somos dos repúblicas en una: la del elevado y la de abajo.
Ambas conducen al mismo destino, pero si no cambian de velocidad y manejan con prudencia, las dos terminarán en el mismo triste final.
Evitemos seguir siendo dos repúblicas en una. Seamos sólo una, pero la mejor.