Dos explosiones en el Líbano

Dos explosiones en el Líbano

Dos explosiones en el Líbano

Federico Alberto Cuello

 

Más de seis años llevaba almacenado el cargamento en un almacén del puerto de Beirut. Tal vez nunca sabremos por qué estallaron 2,750 toneladas de nitrato de amoníaco, destruyendo la principal arteria comercial, la zona franca, los silos e innumerables edificios de la milenaria capital libanesa. 135 han fallecido, los heridos superan 7,000 y ya van 250,000 damnificados.

Más de sesenta años lleva el Líbano rigiéndose por el confesionalismo, sistema político severamente cuestionado en marchas—sin colores—de cristianos y musulmanes, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres desde octubre 2019. Es un sistema que distribuye cargos entre grupos religiosos, entronizando—según “El Naufragio de las Civilizaciones” de Amín Maalouf—la fragmentación y el desgobierno.

La presión a favor de un sistema político civil, con igualdad de oportunidades y alternabilidad democrática entre partidos ajenos a intereses—esencial para el funcionamiento transparente de cualquier sociedad—llevó a la renuncia del gobierno el 29 de octubre y a su reemplazo por un gabinete técnico.

Semanas después colapsaba la pirámide económica utilizada por las autoridades salientes para permitir al Líbano vivir por encima de sus posibilidades, con un sector externo poco diversificado y un sistema político que garantizaba bolsillos llenos para algunos y servicios deficientes para todos, de los cuales los del puerto son trágico ejemplo.

Como en la Sudamérica de los 1980s, las consecuencias fueron apagones, hiperinflación, devaluación y el acorralamiento de los ahorros en divisas. Con un nivel de vida en caída libre y una deuda externa en moras, el COVID-19, desde febrero, empeoró aún más las cosas.

La explosión del 4 de agosto sacudió los cimientos de una sociedad en implosión. Aparentemente el cargamento de explosivos confiscados iba originalmente destinado a un grupo de extremistas que se arrogó desde hace años ciertas funciones de defensa.

Es otra consecuencia más del confesionalismo, sistema en el que la política se subordina al interés particular de cada grupo religioso, sin importar el interés general por un país cohesionado, con servicios públicos eficientes y una seguridad nacional libre de las injerencias de un vecindario conflictivo.

Algunos advertirán paralelos con el corporativismo de la Europa de entreguerras, que repartió el poder entre sectores económicos, cuyos intereses creados resultaron en arbitrariedades contrarias al estado de derecho. Entonces también—de manera no menos explosiva—sucumbió la política por el peso de sus propios desaciertos.

El Líbano tiene una población emprendedora y la vida más ensoñadora de todo el medio oriente. Sus tradiciones culinarias—apreciadas como pocas—definen la gastronomía regional y engalanan nuestras mesas como si fueran propias. Tiene una prensa libre, una cultura vibrante y una exitosa diáspora en posiciones económicas y políticas cada vez más importantes.

En el Líbano, lamentablemente, la política está en crisis por haber sacrificado el interés general a favor de intereses particulares. Ojalá y las dos explosiones del 2020 permitan al país heredero de la civilización fenicia sentar las bases sostenibles de la prosperidad que se merece.



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